Era viernes de quincena. Un hombre sacó 2 mil pesos del cajero. Usó la mitad para comprarle perico a un tirador que citó a una cuadra del bar en el que estaba. Le compró dos bolsitas. El hombre se dio un pase en el bar. Una de las bolsitas se la quedó. La otra, de la que había agarrado el pase, la compartió con sus camaradas. Les pidió cooperación.
El tirador se fue por su lado. Echó los mil pesos a una mochila en la que guardaba drogas y más dinero. Cuando regresó a su oficina, pasadas las 2 de la mañana, le mandó un mensaje a su proveedor. El perico se le había acabado, que si podían verse al día siguiente. Después se forjó un gallo y se lo fumó.
El proveedor se vio con el tirador en el estacionamiento de un centro comercial. Le entregó tres onzas en una bolsa del Palacio de Hierro. Tomó el dinero, que estaba adentro de una caja de zapatos, y lo contó adentro del carro. Ambos se dijeron hasta pronto. El proveedor manejó hasta el banco de una de las tarjetas que manejaba. Realizó su tercer depositó del día y luego fue a comer a una carretita de mariscos, a donde pidió un coctel. De ahí se comunicó al centro de distribución.
Horas después, el encargado del centro de distribución recibió al proveedor en su casa. Estaban en la zona más fifí de la ciudad. Lo primero que hizo fue presumirle el Mercedes nuevo que había comprado. Ya después le ofreció una cerveza. Mientras bebían, hablaron de negocios y de sus respectivas familias. Entrados en confianza, el proveedor se quejó de la textura del producto. Siempre le había comprado del lavado, pero las últimas veces había llegado con un olorcito diferente. ¿Diferente cómo? Como a acetona. El encargado del centro de distribución le advirtió que el proceso de producción siempre ha sido el mismo. El producto, cuando llega en estado puro, se somete a una técnica en el que una parte se evapora, al mismo tiempo que se agregan varios químicos. Lo que queda siempre es igual. Ya que el tema se había aclarado, el proveedor le entregó un maletín. El encargado, al revisar el contenido, le reclamó que el dinero estuviera en pesos. Al final, en aras de mantener la cordialidad con su proveedor, decidió no darle importancia al tipo de cambio. Lo despidió y le llamó a su papá.
El papá del encargado del centro de distribución mandó una camioneta para que recogieran el mandado que le tenía su hijo. Sus mensajeros, que iban armados con rifles y pistolas, subieron en la cajuela varios maletines. Todos eran de diferentes tamaños. Descargaron el mandado en una bodega, a donde advirtieron que había una pila enorme de cajas de dinero. Ahí se apareció el papá, quien vestía todo de blanco. Le dio a sus mensajeros las siguientes instrucciones: una parte de esas cajas se las van a entregar a nuestros amigos de gobierno, otra a nuestros amigos empresarios. El resto llévenlo al rancho, en las afueras de la ciudad.
La otra mitad de los 2 mil pesos que el hombre había sacado del cajero se fueron en alcohol.
Juan Carlos Reyna. Escritor, músico y productor de contenidos mexicano. Su libro más reciente es El Extraditado, basado en sus conversaciones con el fundador del Cártel de Tijuana.
Es productor periodístico de Confesiones de un sicario, nominado a los premios Emmy, e investigador de la primera temporada de Narcos México, de Netflix. Como músico fue colaborador durante una década del Colectivo Nortec.
Twitter: @juancarlosreyn_