En América Latina, la idea de que un empresario exitoso puede gobernar con eficiencia ha seducido a millones de votantes. La promesa de aplicar lógica empresarial al Estado, eliminar la corrupción y “poner orden” ha sido recurrente. Sin embargo, los casos de Mauricio Macri en Argentina, Sebastián Piñera en Chile y Vicente Fox en México demuestran que el éxito corporativo no garantiza una buena gestión pública. De hecho, sus gobiernos terminaron marcados por el desencanto, la crisis y la represión.
El caso argentino
Mauricio Macri llegó al poder en 2015 como el rostro moderno del empresariado argentino. Proveniente del Grupo SOCMA, conglomerado familiar con fuertes vínculos con el Estado, prometió “pobreza cero”, transparencia y apertura económica. Pero su gestión dejó una economía devastada:
- La inflación superó el 50% anual, erosionando el poder adquisitivo.
- La deuda externa se disparó tras un acuerdo con el FMI por 57 mil millones de dólares.
- El desempleo y la pobreza aumentaron, contradiciendo sus promesas de campaña.
- Los “tarifazos” en servicios públicos golpearon a las clases medias y bajas.
Macri terminó su mandato con una imagen desgastada y una economía al borde del colapso, dejando al país en recesión y con una crisis de confianza institucional.
El caso chileno
Sebastián Piñera, magnate de las finanzas y dueño de empresas como LAN y Chilevisión, gobernó Chile en dos periodos (2010–2014 y 2018–2022). Su perfil empresarial lo alejó de las demandas sociales, y su segundo mandato fue especialmente conflictivo:
- En 2019, Chile vivió un estallido social masivo contra la desigualdad y el modelo neoliberal.
- Piñera respondió con represión: miles de heridos, denuncias de violaciones a los derechos humanos y militarización de las calles.
- Su gobierno fue incapaz de canalizar el descontento, y terminó con una aprobación bajísima.
El “gerente de Chile” mostró una desconexión profunda con la ciudadanía, y su estilo tecnocrático fue percibido como insensible ante el sufrimiento social.
El caso mexicano
Vicente Fox, expresidente de Coca-Cola México, rompió el dominio del PRI en el año 2000, generando enormes expectativas. Sin embargo, su sexenio (2000–2006) fue una decepción:
- No logró concretar reformas estructurales importantes.
- Su relación con el Congreso fue caótica, marcada por la falta de negociación.
- Su gobierno fue salpicado por escándalos, nepotismo y frivolidades.
- La inseguridad aumentó, y el país entró en una etapa de polarización política.
Fox terminó siendo más recordado por sus frases desafortunadas que por sus logros, y su gestión dejó intactas muchas de las estructuras que prometió transformar.
Estos tres casos demuestran que gobernar no es lo mismo que administrar una empresa. La política exige sensibilidad social, capacidad de diálogo y compromiso con el bien común. Macri, Piñera y Fox fracasaron porque intentaron aplicar recetas corporativas a sociedades complejas, con resultados desastrosos: crisis económica, estallidos sociales y parálisis institucional.
Y esto, sin duda alguna, no debemos ni podemos obviar cuando de Salinas Pliego se hable. Su historial empresarial de agandalles, de defraudaciones y el trato a sus extrabajadores; aunado a su comportamiento en redes sociales: errático, irascible, petulante, racista, clasista, misógino y homofóbico; lo visten y desvisten de cuerpo entero.
Es así como el mito del empresario salvador se derrumba cuando se enfrenta a la realidad de gobernar para todos, no solo para los accionistas. ¡Porque México tiene mucha presidenta y México no necesita al frente a un gerente abonero!