Un gran número de personas suelen tener la idea errónea de que los medios de comunicación no juegan un papel político, sino que simplemente existen para relatar los hechos con un total apego a la realidad y desde una visión neutral. No es así. Los medios de comunicación, al ser dirigidos por seres humanos, tienen una natural inclinación por ciertas ideas y creencias; los hay con tendencias a la derecha, los hay con tendencias a la izquierda. Y, aunque no es regla, los primeros suelen ser los de mayor alcance por la cantidad de dinero que manejan, mientras que los segundos generalmente poseen una menor capacidad económica.
En seguimiento a mi planteamiento, quiero retomar distintas hipótesis sobre el comportamiento de los medios hegemónicos cuando llega al poder un gobierno de talante popular, como el que ahora tenemos en México. Para ello parto de distintas teorías, primordialmente las tratadas en el texto Los medios y la Política: relación aviesa, una compilación de ensayos de académicos argentinos sobre el tema. Aunque dicho libro fue escrito hace casi 10 años y se centra en el estudio de la relación gobierno-medios en Sudamérica, resulta pertinente extraer conclusiones ahí elaboradas debido a la similitud entre lo que ocurrió en Argentina, Ecuador, Venezuela, Brasil y Bolivia —y sigue ocurriendo— durante el boom de los gobiernos populares, con lo ahora vivido en territorio mexicano. Nos centraremos en estos puntos: los medios como aglutinadores de la oposición, los medios como posibles creadores de sentido y los gobiernos populares como los principales agentes capaces de disputarles la opinión pública.
Lo primero hace referencia a que, cuando una amplia mayoría lleva a un movimiento o a un partido progresista al gobierno, la oposición generalmente queda desarticulada y, en su incapacidad de encontrar las herramientas que les permitan volver a ganarse la confianza de las y los votantes, terminan por hacer una plasta de partidos que históricamente abanderaban luchas diferentes. Así pues, su identidad termina difuminándose. Es aquí donde las principales caras de los medios más poderosos del país y con más intereses de por medio toman un papel más activo y se asumen más evidentemente como opositores. Esto lo hacen con la publicación de notas en favor de quienes son oposición, invitándolos a foros en horarios estelares y, claro, realizando ataques constantes a la principal cara del gobierno: el Presidente.
El segundo tema lo podemos analizar a partir de un término que en Opinión Pública es conocido como framing —lo cual es, a muy grandes rasgos, el marco creado para orientar las percepciones de la gente con respecto a cualquier tema—. En esta área, los medios de comunicación —principalmente los hegemónicos— han hecho un gran trabajo al posicionarse frente a la sociedad como los poseedores de la verdad y como entidades totalmente objetivas y neutrales. Se presentan como si no fueran empresas con fines de lucro e intereses de por medio, como si su labor fuera retratar la realidad tal y como sucede. Por eso, cuando se les cuestiona —sin necesariamente acallarles—, argumentan con tanta facilidad que se les está coartando su libertad de expresión.
Finalmente, mencioné que los gobiernos populares cuentan con la capacidad de disputar estos ‘framings’ de los que hablamos, así como la agenda de los dueños de los medios de comunicación hegemónicos —quienes también suelen detentar medios de producción— gracias a la legitimidad otorgada por la mayoría que les votó y les defiende. Esto lo realizan creando canales de comunicación alternativos y directos con la gente —tales como la mañanera—, haciendo uso de redes sociales y realizando un cuestionamiento constante a la información publicada por estos medios. Aunque con sus variantes, dirigentes como Rafael Correa, Cristina Fernández, Hugo Chávez, Evo Morales y Lula Da Silva hicieron frente al poderío mediático. Es así como los gobiernos populares llegaron, entre muchas otras cosas, para poner a discusión pública el papel que juegan los medios y sus motivaciones. Esto, en tanto que no se lastime verdaderamente la libertad de prensa, no tiene nada de malo: que cada ciudadano decida qué fuente creer, pero contando con todos los instrumentos posibles para estar bien informado con apego a la verdad.