Los poetas creen que son más inteligentes que los demás hombres, y no lo son.
Platón
Dediqué mi vida a ponerle nombre a los árboles; a guardar pájaros en la memoria para cuando hicieran falta en el cielo; no pude dejarlo en manos de Dios ni de la ciencia: leí en voz alta La Odisea durante 40 días en terapia intensiva para que mi hijo volviera de la muerte. Dediqué mi vida a lavarme los dientes por media hora en las mañanas. Memoricé cada manual de usuario que tuve entre manos: aprendí cómo se usan los 16 ciclos de una lavadora y cómo apagar el televisor leyendo el braille del control remoto. Dediqué excesivo tiempo al acomodo por colores de mi ropa; a las discusiones vía correo con empresas por la venta de detergentes que maltrataban mi único edredón. Me detuve a llorar por las mañanas mirando el oscuro abismo de mi taza de café. Pasé horas en un súper mercado leyendo las etiquetas en las latas, pidiendo informes de una podadora que jamás compré. Antier me escribió Ángela para decirme que es feliz, que su hijo es hermoso y el padre un buen hombre; dice que su madre me recuerda con cariño. Hice bien en salirme de sus vidas: una tarde frente a su casa fui subido a una patrulla por detener el tránsito de una avenida. Si tanto le gustan los gusanos cómaselos, dijo el policía. A decir verdad son orugas, ¿había visto tantas alguna vez cruzando una avenida? ¡Los autos las están aplastando, oficial! Dediqué demasiados domingos a pensar en mi padre. Miré siempre en todos los espejos la línea que me heredó en la frente. Me aprendí de memoria las fechas de la primera y la última lluvia desde hace 10 años. Jamás leí un libro por compromiso: abandoné decenas después de las primeras 20 páginas. Los dejé de propina o en la bolsa del asiento trasero de un taxi. Vendí mi auto y compré una bicicleta. Me vestía con ropa usada de los tianguis. No supe conservar a mis amigos. Conseguí un empleo en un periódico donde tan solo destaco por mi paciencia con los tornillos para armar los escritorios nuevos que llegaron. Mi corazón ha perdido demasiada fuerza: puedo sentir su paso lento de animal herido. Llega el día en que el hombre es su cadáver vivo que continúa de pie, escribió Nandino. Hace días que no sale el sol: el miedo me da en toda la frente.
Daniel Miranda Terrés. Politólogo, poeta, y ensayista. Es autor de los libros: Pan: el dios del miedo (Ediciones Simiente. Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura 2015); Anatomía del fracaso (Mantis Editores. Premio Nacional de Poesía Bartolomé Delgado de León 2015); El libro de la enfermedad (Ediciones Cuadrivio. Premio Internacional de Poesía Ramón Iván Suárez Caamal 2016). Un hombre lleno de incertidumbres y trastes sucios (Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2019). Actualmente es becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes FONCA, Jóvenes Creadores, en la especialidad de poesía.
Twitter: @danielmterres