Recién falleció la Reina Isabel II, monarca del Reino Unido y de varios otros Estados que le son súbditos (destacando Canadá y Australia). Más allá de la significancia que este suceso trae, debe tenerse presente que el Reino Unido sigue siendo una potencia internacional —al grado de que su divisa, la libra esterlina, es la mejor cotizada a nivel global—. En pleno siglo XXI, cuando ya se han materializado muchas cosas que no hace mucho aún parecían de ciencia ficción, todavía persiste un sistema de gobierno que es propio de otras épocas: la monarquía.
Ante lo anterior (la persistencia de los sistemas monárquicos) surgen varias cuestiones sobre las cuales es más que oportuno debatir:
¿Es justo, es correcto, es humano, el que existan formas de gobierno que incluyen la existencia de 2 grupos diferenciados de humanos: la realeza y los súbditos?
¿Hay una forma ideal de forma de gobierno (y en su caso de Estado)?
¿Qué explica el éxito de las monarquías, versus el (generalizado) fracaso de las repúblicas?
¿Qué es lo natural entre los humanos: la igualdad o la desigualdad?
Cada una de las preguntas antes planteadas da para elaborar un ensayo —o más— ;en sí la respuesta a estas interrogantes ha sentado la base para la generación de ideologías con pretensiones de universales: el contractualismo, el liberalismo, el socialismo, etcétera. Se han escrito enciclopedias completas para dar respuesta a ello y seguimos sin encontrar la respuesta definitiva, pero no por ello se justifica un voto de abstención, los tiempos actuales merecen posicionamientos firmes, claros y contundentes.
Entre los argumentos que se proponen (con mucha validez) para justificar la persistencia de las monarquías están los siguientes:
- Que los Estados que han elegido este modelo en términos generales ocupan los primeros lugares entre las economías globales.
- Que las mejores condiciones sociales (bienestar y calidad de vida) también son ocupadas en lugares preferentes por las monarquías.
- Que si bien, existe una distinción de clase entre las familias reales y el resto de la población, al estar acotado el poder de la realeza por normas constitucionales, en los hechos son tan democráticos como las repúblicas.
- Que la existencia de los monarcas es un elemento de unidad nacional.
Pues siendo honestos, cada uno de estos argumentos tienen mucho de validez, pero todos también pueden ser refutados:
A la primera: debe tenerse presente que las monarquías actuales son los Estados colonialistas, que mediante la explotación de las riquezas naturales y o humanas obtuvieron un superávit, mismo que les ha permitido darle continuidad a su desarrollo económico, imponiendo reglas en el contexto global; eso por una parte, pero por otro lado también es oportuno indicar que existe un amplio grupo de Estados que sin ser monarquías, también forman parte del selecto grupo de las potencias globales, en sí, una de ellas, los Estados Unidos de América son la mayor potencia desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, aunado a que el ímpetu económico de otro amplio grupo de naciones que sin ser monarquías se han insertado entre las naciones desarrolladas (por mencionar a algunas: China, Francia, Israel, Corea del Sur).
A la segunda: también en los países monárquicos hay desigualdad, precisamente el Reino Unido es un claro ejemplo, mismo que, además genera desigualdades entre los diversos “reinos” que le integran, ocupando un lugar preferente Inglaterra por encima de Escocia, Gales e Irlanda del Norte; por otro lado, las repúblicas desarrolladas destinan amplios recursos de subvenciones sociales en aras de evitar las condiciones de miseria económica. De tal modo que puede decirse que la desigualdad, si bien, aminorada en las monarquías (hasta cierto punto), persiste también, como acontece en las repúblicas.
A la tercera: cuando existe una distinción originaria por el sólo hecho de haber nacido en una familia u otra, cualquier cosa que se diga para «justificar» esa distinción es falaz (sí se tiene como premisa que los humanos son iguales por naturaleza); ahora que, si la premisa es la contraria (que los humanos somos diferentes por naturaleza) evidenciar esta diferencia en un hecho concreto no hace más que reconocer lo que por esencia es. La solución a esta problemática depende de la perspectiva con la que se analice, y pues es la más rotunda, ya que o se piensa en la igualdad natural entre la humanidad, o que existe una desigualdad que también proviene de la esencia humana. Nosotros creemos que los humanos somos iguales en esencia, que las diferencias son accesorias o superficiales. Por tanto, no hay nada más antidemocrático que la existencia de clases sociales generadas por un hecho fortuito como lo es el lugar en el que uno nace.
A la cuarta: México no tiene monarca, pero los ha tenido: Agustín de Iturbide y Maximiliano de Habsburgo, y ninguno de los dos ofreció unidad nacional, todo lo contrario. Sin embargo, bajo los diferentes gobiernos republicanos hemos construido un ideario nacional que bajo diversos símbolos nos dan una sólida unidad nacional: nuestra bandera tricolor, nuestro escudo nacional que en la unión entre el águila y la serpiente, posadas sobre un nopal, representan una iconografía mística (asunto sobre el cual debería abundarse mayormente), el himno nacional (que cuando escuchamos y entonamos provoca que nuestros bellos se ericen y nuestros ojos se nublen de sentimiento, fuerza, pasión y anhelo de un porvenir), nuestra diversidad que a su vez nos da unidad, que los mexicanos del sur, del norte, del centro, de la costa, de las ciudades, de los bosques, del desierto, de la selva, todos nos sentimos muy mexicanos y no, no necesitamos de un monarca para encontrar la unidad nacional.