Pluma Patriótica

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Necesitamos construir feminismo popular.

En estos últimos tres años la visibilización del movimiento feminista en México ha tocado fibras sensibles en muchas mujeres que estaban esperando un espacio en el cual identificarse y actuar; también nos ha llevado a muchas que, atraídas por el movimiento, no nos hemos encontrado completamente satisfechas con el discurso hegemónico importado desde los feminismos europeos y en especial desde el estadounidense. No se trata de una animadversión ante la cultura “dominante”, sino de un análisis de la multiplicidad de realidades que existen en nuestro país y que interpelan de distinta manera a las mujeres que en él vivimos. Las nutridas conversaciones, discusiones e intercambio de ideas sobre lo que en este momento histórico en México significa ‘ser feminista’ nos ha llevado a cuestionar las formas de asumirnos y comunicamos, tanto así que no es raro que muchas nos hayamos replanteado nuestra ubicación en el espectro ideológico del movimiento o que hayamos encontrado contradicciones entre nuestras convicciones, que habíamos creído firmes.

En esa búsqueda de identidad feminista, podemos llegar a encontrar una diversidad amplia de identidades que –desde su propia trinchera– luchan y resisten; pero una cosa es la identidad individual y el cómo me defino “yo”, y otra cosa distinta es el movimiento social. Ningún movimiento social ha triunfado sin el respaldo popular, sobre todo cuando se enfrenta a resistencias tan fuertes como las que encuentra el propio feminismo. Por un lado, está la inercia patriarcal que dota a los hombres de un poder y derecho “natural” a la opresión de las mujeres y, por otro lado, está el poder del capital, cuya naturaleza es la acumulación y la explotación. Estos dos no van a ceder fácilmente porque significa, precisamente, pérdida de poder.

Pero debe quedar claro que cuando el feminismo habla de tumbar el patriarcado no está buscando suprimir a los hombres, sino todo lo contrario: busca un mundo más igualitario que nos respeta en nuestra condición de mujeres, tanto en el ámbito público como en el privado. De nuevo, tenemos que entender que ese mundo igualitario no debe quedarse en la cuestión del género, sino que debe construir una justicia social, porque sin justicia social es imposible que haya justicia para las mujeres; quien crea que la justicia social es ajena a la lucha de las mujeres no ha entendido que la lucha apela a la mitad de la población y. por lo tanto, sin justicia para las mujeres no habrá justicia social.

En este punto me gustaría traer a exposición lo relevantes que han sido los feminismos populares latinoamericanos para dar esta batalla múltiple ‒contra el patriarcado y la opresión económica y étnica‒ y cuán importantes han sido para crear una marea y una ola fuerte en el continente. El triunfo ha radicado en que se han organizado y han sabido escuchar y comunicar tan bien, que las demandas del movimiento interpelan a las mayorías de las mujeres, independientemente de si se consideran o no feministas.  

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