Ciudad de México a 6 noviembre, 2025, 13: 11 hora del centro.
Ciudad de México a 6 noviembre, 2025, 13: 11 hora del centro.

Nuevo logo, mismos prejuicios

Sofia Velez-H

Hace una semana, el Partido Acción Nacional presentó su “nueva imagen”. Un relanzamiento que, según sus dirigentes, buscaba renovar al partido, acercarlo a la ciudadanía y demostrar que el blanquiazul aún tiene algo que ofrecer. Sin embargo, el evento no trajo nada nuevo: mismo discurso, mismas caras y los mismos vicios de un partido que parece desmoronarse lentamente, entre contradicciones, simulaciones y un conservadurismo que no logra disfrazar con colores más modernos.

Lo más relevante de ese mitin no fue el logo ni los discursos huecos, sino el suceso que lo marcó: un grupo de militantes de la diversidad sexual que portaban banderas del arcoíris fueron grabados y amenazados por otros asistentes, obligándolos a bajar sus banderas. El argumento fue tan claro como violento: esos colores “no representan al PAN”. La escena, que se volvió viral en redes, sintetiza a la perfección el dilema de ese partido, querer mostrarse incluyente mientras reprime a quienes encarnan justamente la diversidad que dice respetar.

El hecho no es nuevo. Acción Nacional ha sostenido históricamente una postura profundamente conservadora frente a los derechos de las personas LGBTI+. En los congresos locales, sus legisladores han votado una y otra vez contra el matrimonio igualitario; hace apenas un año fue el único partido que se opuso a la prohibición de las mal llamadas “terapias de conversión”; y hace unos meses, en el Congreso de la Ciudad de México, sus diputados abandonaron el recinto al discutirse la conmemoración del Día de las Personas Trans. No hay sorpresa, hay coherencia con su historia.

Lo sorprendente y preocupante es que, pese a ese rechazo sistemático, todavía haya personas de la diversidad que militen, sostengan y apuesten por el fortalecimiento de un partido que no las representa. Peor aún: que el PAN intente ahora usar nuestras causas como moneda de cambio electoral, disfrazando su discurso de “inclusión” para captar votos de una comunidad a la que nunca ha respetado.

Los derechos que hoy tenemos no cayeron del cielo. Se conquistaron con dignidad, con organización y, sobre todo, con vidas. Cada avance ha costado sangre, persecución y resistencia. Por eso resulta ofensivo ver cómo un partido que históricamente se ha opuesto a esos avances pretende hoy ondear las mismas banderas que sus militantes mandan bajar en sus eventos.

No somos un botín político. No somos una estética de campaña. Y no puede permitirse que un partido que asocia su nuevo lema con el mismo de Mussolini —símbolo claro del fascismo y la intolerancia— intente apropiarse de una lucha que representa justamente lo contrario: la libertad de amar, de existir y de expresarse sin miedo.

El comentario del militante panista que calificó la bandera de la diversidad como “marxista posmoderna” revela más de lo que intenta ocultar. Habla de una visión de país donde la moral religiosa se impone al derecho, donde la “familia tradicional” se usa como escudo contra todo lo que incomoda, donde el amor ajeno se percibe como amenaza. Es el mismo discurso que durante décadas ha intentado encasillar nuestras vidas en una moral burguesa, blanca, heterosexual y clasista.

Pero México no es ese país homogéneo que algunos sueñan. Es un país que, con todos sus contrastes, avanza en una agenda de derechos y reconocimiento de la diversidad. Y aunque aún falta mucho por hacer, no podemos permitir que quienes nos han negado sistemáticamente intenten ahora reposicionarse con discursos vacíos de “inclusión” mientras promueven políticas de exclusión.

El episodio del mitin panista debe servir como recordatorio: la lucha por los derechos no termina en el reconocimiento legal, ni en los colores de una bandera. Se trata de cuidar la memoria de quienes nos abrieron el camino y de no permitir que los mismos que nos negaron hoy se presenten como aliados de ocasión. Y Acción Nacional, con todo y su relanzamiento, sigue demostrando que su problema no es de imagen: es de convicciones.

Sobre el autor

Comparte en:

Comentarios