Son tiempos difíciles para el Movimiento Regeneración Nacional en la Ciudad de México. La oposición logró varias curules y alcaldías, a pesar de contar con uno de los mejores gobiernos del país. La Ciudad no es este bastión casi automático para el Obradorismo, y debemos entender por qué.
Una de las posibles razones es que la Ciudad está cambiando. Ya no es este espacio preponderantemente popular, sino más bien una especie de acumulación urbana de clase media que se tomó muy a pecho el que por el bien de todos, fueran primero los pobres. Los resultados fueron, obviamente, multicausales; pero dentro de las variables parece existir una especie de voto de castigo de quienes antes nos votaron y ahora no porque no sienten que nos tomemos sus dolores y agendas suficientemente en serio.
El retroceso tampoco fue inédito: la Ciudad ya ha tenido momentos en su historia en los que el conservadurismo logra extensiones parecidas a ésta. Sin embargo, el Obradorismo pareció haber extirpado eso para siempre de la capital. Parecía, nos sentíamos una especie de excepción global frente a un fenómeno urbano de rechazo a las opciones populares, y una clara división entre colonias ricas, bien abastecidas de productos y servicios públicos y privados, y el resto. En este sentido, más que sorprendidos por la derrota deberíamos estarlo por el largo tiempo que nos duró el idilio. En alguna medida la Ciudad de México regresó a una normalidad urbana global que es hostil al populismo.
Hay muchas acciones que debemos emprender. Para empezar, la Ciudad debe fortalecer su relato propio; un discurso que no necesariamente se separe del Ejecutivo Federal sino más bien que se centre en una audiencia a la que el Presidente no le habla directamente (y no tendría por qué). Es fundamental que se consolide la historia del Obradorismo urbano, y para ello la reciente llegada de Sebastián Ramírez a la Coordinación de Comunicación Social del gobierno de la Ciudad de México es una gran noticia. Éste es un movimiento muy acertado por parte de la Jefa de Gobierno que, me parece, está sabiendo leer la situación con mucha claridad.
Otro punto fundamental será recuperar la organización social como base de nuestro movimiento. La Ciudad ha cambiado, pero esto no significa que sus dolores ya no existan. Más bien, parecen haber mutado ligera o fuertemente, según sea el caso. Hay, por ejemplo, un serio problema de vivienda que afecta tanto a las clases populares como a las clases medias. A las primeras, las sigue empujando a cinturones de pobreza en los que la calidad de vida disminuye constantemente y en los que la lejanía complica el abastecimiento de servicios públicos. A las segundas, las tiene al borde de la crisis financiera debido sobre todo a las enormes rentas que ya se pagan en esta Ciudad y que no bajan ni siquiera después de crisis del tamaño de la actual pandemia global. Este problema no es nuevo, pero sí está en un punto crítico que merece atención.
Tenemos, además, problemas de agua, abastecimiento de alimentos, calidad de vida, política laboral, ausencia de espacios verdes y de esparcimiento… Éste es, quizá, la más importante lección de los tiempos difíciles: necesitamos volver a tomarle el pulso al pueblo urbano de la Ciudad de México para reconectar con sus dolores y poder ofrecerles la política que ellos y ellas necesitan para vivir dignamente.
Al interior, la lección ya fue dada por Álvaro García: “Luchar, vencer, caerse, levantarse, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse… hasta que se acabe la vida. Ése es nuestro destino. Para eso estamos… Tocan tiempos difíciles. Pero para un revolucionario los tiempos difíciles son su aire. De eso vivimos: de los tiempos difíciles”.