Vivimos tiempos curiosos, pues el espectro político ubicado en el ala conservadora se está radicalizando a nivel mundial. Vemos con más contundencia el soporte electoral que muchas opciones de esta índole están obteniendo en Europa y los Estados Unidos.
Las recientes elecciones en Alemania colocaron en segundo lugar al partido AfD (Alternativa para Alemania), que tuvo un crecimiento del 114%, cuyas posturas ultranacionalistas, conservadoras y euroescepticismo jugaron un papel importante en decisión de los votantes.
No está demás comentar que el presidente Trump asumió el cargo con el discurso MAGA (Make America Great Again), basado en un nacionalismo económico y una fuerte retórica antiinmigrante.
El presidente Milei en Argentina es otro caso representativo, pues su ultraliberalismo económico se basa en la destrucción de los esquemas de bienestar social instrumentados por el progresismo argentino.
Por mencionar algunos ejemplos, este es el escenario internacional. El ultraconservadurismo, la derecha radicalizada, está logrando espacios de representación política que los coloca en posiciones importantes para formar, eventualmente, gobiernos.
¿Por qué está creciendo este extremo? Tal vez, la razón se encuentre en el desgaste natural de gobierno de las posturas progresistas y los mismos gobiernos que encabezan las socialdemocracias europeas. O en Estados Unidos, un partido demócrata “tibio” ante problemas de índole social que comienzan a afectar a la población en general: la renta de la vivienda, el precio de los medicamentos, etc., pero el naufragio político es más profundo que un simple agotamiento de eras gubernamentales.
En la llamada era de la «postpolítica», donde el neoliberalismo se impuso como corriente de pensamiento ideológica en lo social, lo económico y lo político, la izquierda divagó un tiempo en busca de referentes, pues el socialismo realmente-existente había sucumbido con la caída de la URSS. En Europa, por ejemplo, muchos partidos ya no veían estrategias de disrupción al neoliberalismo, sino jugar en sus reglas y ajustar políticas sociales a lo que la economía permitiera. La opción revolucionaria se había agotado frente a un mundo globalizado, financieramente cada vez más codependiente y con una estabilidad económica construida en muchas familias, jugando también con la figura aspiracional que brinda en consumo.
Esta situación le exige mucho más replantearse a la izquierda que a la derecha, que, como se ha visto, las plataformas ultraconservadoras no tienen una propuesta real alternativa al neoliberalismo, sino una serie de disrupciones que pueden traer consigo crisis más severas sobre todo con efectos sobre lo endeble que puede ser la economía familiar en estos tiempos.
La colocación de aranceles, el cierre de fronteras a la inmigración, la censura del pensamiento progresista-liberal, el desmantelamiento de los esquemas de bienestar, son solo algunas políticas de lo que hacen, sin que las mismas sean un replanteamiento social y económico. Por tanto, no son alternativa real al neoliberalismo, sino que profundizan y evidencian lo peor de este sistema.
Por tanto, la izquierda tiene el mayor reto, incluso superior al de los llamados populismos de derecha (que les ha bastado para ganar elecciones); El reto consta en construir la alternativa al sistema neoliberal, un esquema que incorpore el cambio social y radicalice la democracia, por ahí dicen: -democratizar la democracia-.
Organizar el proyecto social de la izquierda desde la base, reorientar el sindicalismo, el agrarismo (para el caso mexicano), dibujar un proyecto que sustituya la caducidad que representa el neoliberalismo.
El mundo está convulsionado, y la gente espera quien pueda dar resultados para un mejor porvenir, si la izquierda no las brinda, se vuelcan a su antónimo ideológico, seducidos por la demagogia y el sentimiento egoísta, que también ha impregnado a las sociedades.