El debate sobre la revocación de mandato en México, revela algo más profundo que una confusión jurídica: refleja la disputa por el sentido mismo de la participación ciudadana y del ejercicio democrático en los gobiernos federal, estatal y municipal. Desde una perspectiva de izquierda, lo verdaderamente importante no es si la figura está reglamentada o no —eso es un asunto técnico que debe resolverse en el Congreso a la brevedad—, sino por qué una parte de la ciudadanía siente la necesidad de recurrir a ella.
La izquierda no puede reducir el ejercicio democrático a la mera defensa del marco legal vigente; debe entender que las leyes son producto de luchas sociales y que se transforman cuando la gente exige ser escuchada. Por eso, cuando sectores sociales —aunque estén mal orientados o sean manipulados mediáticamente— levantan la voz, la tarea no es descalificarlos, sino canalizar su inconformidad hacia mecanismos legítimos, institucionales y verdaderamente participativos.
Sí, es cierto que en el Estado de México y otras entidades no existe la figura de revocación de mandato. Pero también es cierto que la ciudadanía lleva años demandando nuevas formas de control popular sobre sus autoridades. La revocación no debería verse como un ataque, sino como un derecho democrático pendiente de conquistar. La izquierda, si es consecuente, debe impulsar su legalización y reglamentación, no cerrarse en la comodidad del tecnicismo.
Sin embargo, también hay que tener claridad: la crítica legítima no puede confundirse con el oportunismo político. Los grupos que hoy se presentan como defensores del Pueblo son, en muchos casos, los mismos que durante décadas han buscado privatizar el agua, monopolizaron el transporte y/o manipular la precariedad para mantener sus privilegios. No se trata de callar la crítica, sino de distinguir entre la protesta auténtica y la manipulación de las causas sociales con fines mediáticos.
Desde una perspectiva de izquierda, defender al Pueblo no significa aplaudir todo lo que hace un gobierno identificado con ese signo político, pero tampoco sumarse al linchamiento de quienes han demostrado que otra forma de gobernar es posible. La autocrítica debe ser motor de mejora, no herramienta de desgaste.
La verdadera revocación de mandato es la que ejerce la gente todos los días: cuando exige transparencia, cuando se organiza, cuando participa en cabildo, cuando demanda servicios dignos y defiende su territorio. Ese es el camino hacia una democracia viva, donde las leyes se ajusten a la voluntad popular y no al revés.
Porque la izquierda no teme a la revocación, la impulsa; no la usa para dividir, sino para fortalecer la rendición de cuentas.
Y lo que México necesita no es más ruido político, sino más Pueblo participando en las decisiones públicas, con conciencia, con información y con organización.





