Las mujeres y aún más las feministas somos muy duras con y entre nosotras. De nadie esperamos tanta coherencia política y a nadie le exigimos tanta consistencia en su actuar como las unas a las otras. Por eso, asumirse parte del proyecto obradorista e intentar construir desde el feminismo es un reto enorme, porque las compañeras que quieres y respetas te cuestionan “de qué lado estás” como si la realidad fuera tan simple como elegir el color de las fichas con las que vas a jugar.
Estos días de discusión sobre las vallas y la insuficiencia de las políticas transformadoras para proteger a las mujeres se han vuelto emocionalmente terribles para las que de manera constante militamos en proyectos que no siempre alcanzan a conciliarse: el feminismo y el obradorismo. Porque, aunque asumimos nuestras convicciones y contradicciones, siempre tratamos de seguir marchando y construyendo un mundo mejor a pesar de los regaños moralistas y los reproches políticos.
Todas deseamos que acabar con la violencia machista fuera tan fácil como instalar una valla. La realidad es mucho más terrible y compleja porque quienes nos lastiman, maltratan y matan están dentro de nuestros hogares, y sus aliados están en todas partes. La pura voluntad es insuficiente y sin duda hay que luchar, gritar y combatir desde todas las trincheras para lograr que nuestros hogares y el espacio público sean seguros.
Pero la instalación de las vallas no es el peor de los escenarios posibles. La instalación de esta estructura es indeseable simbólicamente pero no es el equivalente a una represión ni a la limitación de nuestro activismo. Me parece que el uso del verbo “reprimir” no debe ser tomado tan a la ligera: porque represión fue Ayotzinapa y Atenco, no lo que ocurre hoy. Y repito, las vallas son terriblemente tristes, pero contención y represión son dos cosas distintas.
La discusión de las vallas me parece que en algunos momentos cayó en el absurdo. De pronto leía en la república de tuiter a una que otra persona indignada por no poder rayar palacio nacional. La militancia feminista no se debería acabar un ocho de marzo rayando paredes, sino que se construye de manera constante, permanente, colectiva y muchas veces es invisible y poco retribuida. La imposibilidad de romper los vidrios no significa que se nos impida hacer feminismo de otras maneras posibles entre las cuales están la organización permanente.
Ojalá el Estado protegiera las mujeres y no fuera una estructura que nos violenta, pero aún no es así. Ojalá terminar con la violencia machista fuera tan fácil como instalar unas vallas, pero no lo es. Ojalá nos organizáramos de manera permanente y dejáramos de militar una vez al año en el 8 de marzo.
Y, sólo a manera de desahogo: no nos vamos a ir del proyecto de la Cuarta Transformación ni de los espacios feministas porque siempre son a las morras a quienes, en aras de la coherencia absoluta e individual, les obligan a renunciar a los proyectos y a los espacios. Y no nos vamos a ir, y no nos vamos a callar y vamos a seguir luchando por una transformación feminista.