«No hay tarea más urgente, en este planeta infernal, que la producción de colectividades racionales.»
Mark Fisher
Este mes se cumple un año de mi primer artículo en El Soberano y es de celebrar los espacios que se han abierto en México para que cualquier ciudadano pueda contribuir a la discusión pública en estos tiempos, en los que los medios corporativos y sus voceros se empeñan en perder audiencia, credibilidad, relevancia e influencia. En esta ocasión, pensando en la responsabilidad que tenemos como ciudadanos de participar en la vida pública, quiero compartir cómo he ido formando un estilo de escritura. Lo hago a manera de invitación para que más gente se sume a transmitir sus ideas y puntos de vista para enriquecer el proceso en marcha de la transformación pacífica del país.
Todo empezó cuando los vientos de cambio arreciaban en México en el año 2019; me encontraba ansioso por participar en la discusión pública cuando se hizo evidente que el nuevo gobierno no iba a censurar, con la irónica excepción del INE. Me preparé tomando un curso de Periodismo Digital y Combate a las Fake News[1] y si bien tuve claro los temas que quería abordar, no sabía cómo construir una voz propia. En plena pandemia descubrí la obra de Mark Fisher[2], quien desmenuzó guiones de películas emblemáticas y rasgos de personajes para elaborar sus contundentes opiniones sobre los devenires sociales, políticos y económicos. Fisher consideraba al cine como parte del tejido social y un elemento de enorme peso cultural en la lucha de clases. Con el análisis que hace Fisher en su libro Realismo Capitalista[3] del personaje Jason Bourne[4] —un nómada transnacional que acumula múltiples recursos técnicos, pero no sabe decir de dónde viene ni a dónde se encamina— encontré la clave para elegir un estilo narrativo apalancado en el lenguaje estético del cine[5].
En la esencia de este personaje que carece de memoria de largo plazo, pero que conserva una memoria formal —de técnicas, prácticas, acciones— encarnada en una serie de impulsos y reflejos inmediatos, descubrí la imagen del ejecutivo infalible y sin escrúpulos, ese que sin importar el país o la industria cumplirá su misión porque «para eso le pagan».[6] Me parece terrible estar a merced de gente tan poderosa con profesiones admiradas por una sociedad postmoderna en la que la depresión, la pobreza o el cambio climático son vistos como fenómenos naturales y no como consecuencia sistémica de una economía basada en el consumo en un mundo despolitizado, donde el sentimiento ha reemplazado a la razón. Más grave aún considero que estos «sociópatas» sean intercambiables, ya que cuando la salud o la consciencia les traicione, serán reemplazados por cualquier subalterno.
Inspirado por mis películas favoritas me sumé al debate público escribiendo artículos de opinión de forma quincenal —desarrollando argumentos críticos y con fundamentos para sustentar mis dichos desde un medio con una clara postura política de izquierda— en los que he hablado de los abusos de la reforma energética, sobre la crisis de los opiáceos, acerca del fanatismo progresista y de cómo fundaciones y «organizaciones de la sociedad civil» exacerban nuestras diferencias para desarticular la identidad de clase, exploré las motivaciones geopolíticas de la invasión a Ucrania, de la resistencia Palestina a la ocupación israelí y del retiro de las tropas de Afganistán, comparé el manejo de la crisis sanitaria de varios países, denuncié las posturas violentas y clasistas de ciertos grupos sociales en México y repasé algunos argumentos tramposos que alimentan la manipulación mediática.
Esta ha sido una experiencia muy enriquecedora, pude ampliar la esfera de interacción social y he conocido personas maravillosas, pero una consecuencia que no anticipé fue la de calibrar de nuevo vínculos afectivos, ya que establecer una postura y defenderla ha provocado reacciones que generan un intercambio de ideas que cuestiona los valores y formas sociales establecidas. Con esto comprobé que es posible contrarrestar uno de los hábitos más perniciosos que llegó con la digitalización de las relaciones sociales y que fue exacerbado por la pandemia; ver videos y reenviar memes todo el día, que junto con el teletrabajo provoca aislamiento, baja autoestima, ansiedad y fobias. Me pregunto si esto tiene que ver con la indiferencia de quienes dicen «Todo está mal y nadie hace nada» y si es que no actúan por apatía o porque se sienten impotentes. Y no me refiero a convertirse en activistas o iniciar un movimiento social, tan solo con filtrar noticias falsas y fatalistas les haría sentirse mejor.
[1] Curso Periodismo Digital y Combate a las Fake News – PUEDJS
[2] Materialismo Gótico: El realismo de Mark Fisher | Tierra Adentro
[3] El primer capítulo de Realismo Capitalista, ¿no hay alternativa? Fisher analiza la película Los hijos del hombre (2006) en la que, contrario a otras distopías cinematográficas donde un Estado totalitario controla a sus ciudadanos, Alfonso Cuarón refleja una sociedad de consumo que coexiste perfectamente con campos de concentración. Nos hace evidente la posibilidad de tener un “Ultra-Autoritarismo Capitalista”.
[4] The Bourne Identity (2002) – IMDb
[5] El crítico teórico y literario Frederic Jameson en su libro “Estética Geopolítica: Cine y espacio en el sistema mundial” propone un marco conceptual para el análisis de una geopolítica que podría estar basada en la estética del cine. Hoy en día el cine es considerado la nayor expresión universal de la cultura de masas, que para conectar con las audiencias produce alegorías de nuestra sociedad; crea historias alternativas en donde ya no se discuten grandes ideas —como las que debatían los personajes de las novelas de Dostoyevski, ni las especulaciones intelectuales de Walter Benjamin— pero a la vez incrusta mensajes con basura cultural-comercial que se asimilan al contenido de la obra. Las intenciones del autor o sus mensajes ideológicos pasan a un segundo plano, pero algunas películas alcanzan niveles artísticos o de culto, lo que les da un poder e influencia enormes.
[6] En mi artículo Inolvidables profesores de Medellín – El Soberano hago referencia a dos casos de corporaciones internacionales operando en Colombia que llegaron a arreglos extrajudiciales por haber sido involucradas en masacres y desplazamientos forzados apoyando económicamente a grupos paramilitares locales como ejemplo de la gestión de ejecutivos sin escrúpulos;