Ciudad de México a 18 octubre, 2025, 7: 15 hora del centro.
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Cuando el agua no distingue, la solidaridad tampoco debe hacerlo

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En México, cada temporada de lluvias trae consigo una mezcla de miedo y memoria. Miedo porque sabemos lo que viene: calles convertidas en ríos, familias que pierden su hogar, niños cargando mochilas mojadas y adultos mayores con la mirada llena de resignación. Memoria, porque recordamos que año con año ocurre lo mismo y que aún hay mucho por hacer.

En los últimos días, el país ha enfrentado fuertes inundaciones en Veracruz, Puebla, Hidalgo, San Luis Potosí y Querétaro. Imágenes de casas cubiertas por el agua, autos flotando, caminos destruidos. Pero también imágenes que nos devuelven la esperanza: soldados rescatando personas, vecinos organizándose para repartir comida caliente y sobre todo, la presencia de la presidenta Claudia Sheinbaum recorriendo las zonas afectadas, escuchando, con la promesa firme de no dejar a nadie atrás.

“No vamos a dejar a nadie desamparado”, dijo durante su visita a las comunidades afectadas. No fue una frase para la foto, fue un compromiso público que la vimos cumplir. Se reunió con damnificados, con autoridades locales y federales, demostrando que se gobierna con el corazón.

Muchos quisieron usar la tragedia para atacar. Desde el escritorio, con aire de superioridad, surgieron voces diciendo: “que disfruten lo votado”. Una frase que desnuda el clasismo de cierta oposición, incapaz de sentir empatía por quienes viven en condiciones vulnerables. Porque las lluvias no preguntan por partido, ni por clase social. El agua no distingue ideologías, pero sí revela conciencias. Y ese tipo de comentarios confirman que, más que una oposición política, hay una oposición moral.

El país cambió, y aunque hay heridas abiertas, también hay una nueva forma de gobernar. Con la desaparición del Fonden, muchos aseguraron que ya no habría manera de enfrentar desastres naturales. Pero la realidad es distinta: el SAT y Hacienda mantienen un fondo presupuestal para emergencias y el gobierno federal ha destinado más de 18 mil millones de pesos para atender desastres naturales en 2025. No es un fideicomiso, es un recurso real que se libera con agilidad, sin intermediarios, con la visión de dar apoyos directos a las personas y no a los contratos de siempre.

La presidenta lo ha dicho con claridad: la prioridad no es reconstruir edificios, sino reconstruir la vida de las familias. Por eso, el gobierno federal y los estados ya iniciaron los censos de damnificados, se entregan apoyos económicos directos de 8 mil pesos por hogar, y se coordinan obras estructurales preventivas, desde reforzar los colectores pluviales hasta construir nuevos vasos reguladores.

Este enfoque refleja algo más profundo, una visión de Estado que entiende que la justicia también se mide en metros de drenaje, en techos que no se caen, en caminos que no se inundan. Que la infraestructura no es solo concreto, es dignidad.

Mientras tanto, quienes desde la comodidad opinan sin ensuciarse los zapatos, deberían recordar que el pueblo mexicano no necesita desprecio, sino acompañamiento. Decirle a una familia que perdió todo “que disfrute lo votado” es como burlarse de una herida abierta. Ese tipo de frases son el verdadero desastre moral que nos sigue inundando.

Frente a eso, la Presidenta ha optado por otro lenguaje: el del trabajo, la empatía y la presencia. Ella entiende que gobernar no es solo administrar, sino abrazar al país en sus momentos más difíciles. Su recorrido por las zonas afectadas no fue un acto político, fue un acto humano. Y eso, en estos tiempos, es profundamente político.

México vive una transición de conciencia. Entendemos que el cambio climático ya no es un discurso lejano, sino una realidad que toca nuestras puertas cada año. Pero también entendemos que tenemos un gobierno que no evade la responsabilidad y que busca soluciones estructurales. No basta con entregar despensas, se necesitan políticas de reforestación, planeación urbana y drenajes inteligentes. Y eso forma parte del nuevo modelo de gobernanza que impulsa la Presidenta.

Esta columna no pretende idealizar, pero hay una diferencia crucial entre un gobierno que aparece solo para culpar y uno que aparece para resolver. Entre quienes observan desde redes y quienes recorren pueblos bajo la lluvia para escuchar.

México no necesita discursos vacíos. Necesita empatía, compromiso y memoria. Necesita gobernantes que no vean al pueblo como un número, sino como una familia común. En ese sentido, el liderazgo de la Doctora Claudia Sheinbaum representa una nueva forma de entender el poder: como una herramienta de protección, no de privilegio.

Las lluvias nos recordaron que todos somos vulnerables, pero también que podemos ser solidarios. Que cuando el agua sube, lo que debe subir también es la conciencia. Y que, mientras algunos siembran odio, otros siembran esperanza.

La presidenta ha estado ahí ,en el lodo, entre los damnificados, en los albergues porque sabe que el ejemplo también es una forma de liderazgo. Y esa imagen, la de una mandataria que escucha y actúa, quedará grabada como un símbolo de lo que significa gobernar con humanidad.

Porque cuando el agua no distingue, la solidaridad tampoco debe hacerlo. Y en este país que resiste entre tormentas, Claudia Sheinbaum representa esa certeza: la de un gobierno que no abandona, que acompaña, y que confía en su gente para salir adelante.

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