Pluma Patriótica

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Transformación histórica de las movilizaciones ambientales

Degradar la tierra es una acción tan antigua como la relación de la especie humana con el planeta.

La revista Science de la American Association for the Advancement of Science mencionó que hace unos 10.000 años, los primeros humanos del mundo estaban provocando impactos ambientales.

Sin embargo, para entender el ambientalismo contemporáneo, hay que decir que las luchas comenzaron incluso antes de que la ONU declarará el Día Mundial del Medio Ambiente en 1972.

Los movimientos ambientales producto de la revolución industrial de los 60 significaron en realidad la primera ola del ecologismo, incluso de ellos surgieron los primeros lineamientos del derecho ambiental global.

Dada la internacionalización de las movilizaciones, la ONU llevó a cabo la Conferencia de Estocolmo, donde se atendieron los asuntos ambientales de todo el mundo, se planteó que no había límites políticos y geográficos a estos problemas, y se comenzó la defensa por el derecho a un ambiente sano.

Las formas de manifestación también ocurrieron a nivel académico. El libro de Primavera silenciosa de Rachel Carson, visibilizó los efectos negativos del uso de los pesticidas. Asimismo, se comenzaron a abordar temas como el crecimiento demográfico, la calidad de vida de las ciudades, la calidad del aire y la toxicidad de los ríos.

En México, las primeras inconformidades fueron plasmadas en los ochenta y noventa. Desde la disidencia, marchas, plantones, bloqueos, mítines, consultas, festivales, exposiciones, montajes teatrales, música, documentales, redes sociales, clausuras simbólicas, y otras formas de manifestación se ha logrado la incorporación del tema a la agenda política.

Incluso, estas últimas han servido de punto de encuentro para socializar inquietudes comunes con otras luchas como el ecofeminismo, el clima de violencia en algunas regiones, la migración, etc.

Entre los logros históricos destaca en 1997 la creación del Protocolo de Kioto, en donde los países parte se comprometieron a la reducción de gases efecto invernadero; el Acuerdo de Paris sobre el cambio climático y las temperaturas; el Protocolo de Montreal, que prohíbe sustancias químicas que favorecen al crecimiento del agujero en la capa de ozono —que, de acuerdo con datos de la NASA, mide actualmente 26 millones de kilómetros cuadrados—.

Ahora bien, hay que decir que la evidencia nos indica que por más tratados, protocolos, conferencias y acuerdos suscritos, siempre estaremos rebasados frente al apetito económico de las cúpulas.

Aunque una mínima parte de la iniciativa privada actúe por sí misma, utilizando envases biodegradables, energías alternas, rediseñando inmuebles con conciencia verde, los esfuerzos no han sido suficientes. La búsqueda de otras formas de coexistir con el entorno natural sigue siendo la constante; proteger la naturaleza tiene beneficios sorprendentes para la raza humana, pero el enemigo somos nosotros mismos.

 

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