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El dinero y la vida

La frase “El dinero o la vida” es utilizada coloquialmente para evocar la tensión y el drama de una situación en la que se exige una elección entre el dinero y la integridad física. Sus orígenes se remontan a Dick Turpin[1], un asaltante de caminos de Inglaterra del siglo XVIII, y este dicho se popularizó en obras literarias, películas y en las series de vaqueros de la televisión.

Este tipo de extorsión evolucionó en la época del gánster Al Capone quien durante la prohibición protegía y aterrorizaba a los mismos grupos sociales, aprovechando el mercado negro para extorsionar a la sociedad tanto con el dinero monopolizando la oferta del alcohol, como con la vida, por los efectos sobre la salud que el consumo y la adicción provocan.

Junto con la ilegalidad, también opera el mercado de las sustancias ilícitas. Sin embargo, no deja de sorprender la similitud entre el modelo de las drogas y la estrategia empresarial de la poderosa industria de las bebidas embotelladas y los alimentos chatarra. Aunque se han impuesto a la humanidad dentro del marco de la legalidad, se consolidan por la nula capacidad de respuesta de la sociedad y del Estado.

Con la llegada de la Revolución Industrial, se produjeron avances significativos en la tecnología para procesar alimentos. La industrialización permitió la producción en masa mediante métodos como la conservación, la pasteurización y la esterilización. Replicando el modelo colonialista, los países industrializados concentraron la producción en unas cuantas empresas agroalimentarias globales mediante el acaparamiento del agua y los recursos agrícolas, que junto con el desarrollo de técnicas de cultivo intensivo y la industrialización de la agricultura —la desprestigiada Revolución Verde[2]— lograron controlar la producción de los alimentos básicos como el maíz, la soja, el trigo, arroz y el azúcar, para luego exigir a sus gobiernos subsidios para la producción agrícola desplazando a los productos tradicionales[3].

Con el tiempo, facilitado por factores como la urbanización, los estilos de vida sedentarios, la disponibilidad de alimentos procesados a bajo costo[4] y la intensificación de la publicidad y el marketing agresivo de alimentos orientados hacia las infancias, la dieta de muchas sociedades experimentó un cambio significativo, alejándose de los alimentos frescos, integrales y nutritivos hacia alimentos altamente procesados ricos en calorías, sal, grasas, azúcares y aditivos, formulados de manera que estimulan el apetito y generan una respuesta placentera en el cerebro creando adicción desde temprana edad, similar a la de las drogas adictivas. A este problema se suma el que las plataformas de redes sociales y sus potentes algoritmos para generar interacción se diseñan utilizando los mismos centros de recompensa para promover el placer instantáneo y una búsqueda compulsiva de validación que contribuyen a la ansiedad, la depresión y la baja autoestima al fomentar comparaciones poco saludables con los demás.

Tan fallida ha sido la guerra contra las drogas, como las iniciativas de protección a la salud pública de las adicciones a todas estas sustancias que estimulan los centros de recompensa en nuestro cerebro[5], que México tiene alrededor de 50 millones de personas con sobrepeso y obesidad,[6] además de la mayor prevalencia de diabetes dentro de los países de la OCDE[7]. Sin embargo, con la reciente aprobación de la Ley General de Alimentación Adecuada y Sostenible —la primera legislación que regula el derecho humano a una alimentación nutritiva, suficiente y de calidad, tal como se reconoce en el artículo 4° de la Constitución Mexicana—, México se pone a la vanguardia con la promoción de un enfoque sistémico e integral de todo el sector agroalimentario nacional, sin la creación de nuevas instituciones, duplicidad de funciones e impacto presupuestal[8].

Aun así, las despiadadas corporaciones mafiosas[9] nos tendrán atrapados mientras no reconozcamos el laberinto de consumo, estímulo, interacción digital, adicción y depresión, y mientras no cultivemos actividades que promuevan la conexión humana genuina y la gratificación a largo plazo, como el ejercicio, el tiempo al aire libre y la participación en comunidades locales, como cocinar para construir comunidad,[10] que tienen un impacto positivo en la cohesión social y en la promoción de la diversidad cultural en las comunidades.

¿Cómo podemos dejar el consumo compulsivo para priorizar nuestro bienestar? Es tiempo de darnos un respiro y voltear a nuestro alrededor para reconectar con el mundo real, el que viene de los seres vivos, el que nos genera bienestar para recuperar nuestra humanidad. No merecemos seguir viviendo como esclavos del consumo compulsivo de productos chatarra y de contenidos tóxicos, que no solo nos roban el dinero, también la vida.


[1] La Verdadera Historia de Dick Turpin: Un Bandido Despiadado. – HistoryTelling.mx

[2] La Revolución Verde y la soberanía alimentaria como contrapropuesta

[3] «Food Inc.» Documental sobre la industria alimentaria de EE.UU. – economiasolidaria.org

[4] Cuesta lo mismo comer sano que comer chatarra: UNAM

[5] Más de 1,000 millones de personas tienen obesidad: FORBES

[6] México llega al Día Mundial de la Obesidad con un panorama sombrío – SWI swissinfo.ch

[7] Panorama de la Salud 2023 – Indicadores OCDE

[8] Con la aprobación de la Ley General de Alimentación Adecuada y Sostenible, México se coloca como uno de los países pioneros en América Latina en consagrar el derecho humano a la alimentación – El Poder del Consumidor

[9] Caen “mentiras criminales” de refresqueras y chatarreras – SinEmbargo MX

[10] Cocinar en comunidad: más allá del propio bienestar

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