Pluma Patriótica

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El Plan México, regreso del orgullo nacional

Hace un par de semanas publiqué un artículo sobre los males de adaptarnos al espejismo global y parecía un eco perdido en un desierto de indiferencia. Sin embargo, ahora, con el anuncio del Plan México, es como si aquel llamado hubiera encontrado oídos receptivos en los pasillos del poder. Este proyecto ya genera esperanzas, no solo porque plantea soluciones reales, sino porque entiende la raíz del problema: no podemos seguir siendo un apéndice de las economías más fuertes mientras nuestros propios cimientos tambalean.

El Plan México no llega como un acto simbólico, sino como una respuesta concreta a los estragos de una economía que sacrificó lo local por lo global. Desde su premisa básica, este plan da en el clavo, pretende fortalecer el mercado interno, sustituir importaciones y colocar a los trabajadores y a las comunidades en el centro de las decisiones económicas. No es un intento de aislarnos del mundo, como muchos detractores apresurados lo pintan. Es, más bien, una manera de construir desde adentro, con lo nuestro, para que lo que viene de afuera no nos devore, sino que complemente las verdaderas necesidades de la realidad nacional.

El programa “Hecho en México” es un ejemplo perfecto de cómo el Plan entiende que el cambio no solo es estructural, sino también cultural. Relanzar esta iniciativa es más que una estrategia de marketing; es una invitación a recuperar el orgullo por lo que producimos. Porque, seamos honestos, durante décadas se nos hizo creer que lo extranjero siempre era mejor, y eso fue un golpe directo a nuestra identidad. Ahora, el mensaje es claro: lo nuestro también vale y vale mucho. O mejor dicho, lo hecho en México es chingón.

Las metas son ambiciosas, pero alcanzables. La idea de que el 50% de la proveeduría y el consumo nacional sean hechos en casa, o que el contenido local en sectores clave crezca un 15% para 2030, no es solo un sueño. La Presidenta Claudia Sheinbaum y su asesora Altagracia Gómez trazan una ruta clara para reactivar industrias que durante mucho tiempo fueron relegadas al olvido. Esto no solo generará empleo, sino que también dará a las y los mexicanos la oportunidad de ser protagonistas de nuestra propia economía.

La vinculación con las universidades y la apuesta por la educación dual también son señales de que este plan no solo piensa en el presente, sino también en el futuro. No se trata de improvisar soluciones rápidas, sino de construir capacidades que nos permitan competir en sectores de alta tecnología y valor agregado. Porque, si algo ha quedado claro, es que el desarrollo no se improvisa. Se planea, se invierte y se trabaja.

Asimismo, está el componente de sostenibilidad, que reconoce que la soberanía económica no sirve de nada si se destruyen los recursos naturales en el proceso. El Plan México incluye inversiones en energías limpias y en la reducción de emisiones, demostrando que crecer no tiene por qué estar peleado con cuidar nuestro planeta. En un país donde los desastres naturales afectan de manera desproporcionada a los más vulnerables, este enfoque es no solo responsable, sino urgente.

Aún así, es importante recordar que este es solo el principio. La implementación del Plan México requerirá de voluntad política, de un seguimiento constante y, sobre todo, de la participación de la sociedad… Porque las políticas públicas pueden marcar el rumbo, pero son las personas quienes construyen el camino. El éxito del Plan dependerá de que entendamos que este no es un esfuerzo aislado del gobierno; es un proyecto de país.

También el Plan México plantea un nuevo reto y una gran oportunidad para las y los trabajadores mexicanos, ya que en el sector agroindustrial, plantea como meta la supeditación de permisos de exportación al cumplimiento de la ley laboral. Esto abre las oportunidades para que los trabajadores se sindicalicen y utilicen esta nueva arma a su favor en las negociaciones colectivas.

Es imposible no sentir una mezcla de esperanza y escepticismo. Los discursos han sido inspiradores antes, pero rara vez se han traducido en cambios reales. Sin embargo, el Plan México tiene algo diferente: una claridad en el diagnóstico y una valentía para enfrentarlo. Quizá eso sea lo que más necesitamos ahora: un recordatorio de que sí es posible construir un México más justo, más fuerte y más nuestro.

Desde aquí, hago un llamado —como siempre— a priorizar lo nacional, a que juntos, apoyemos el Plan México que, si junto a las buenas intenciones lo impulsamos como sociedad, consumiendo lo que se produce en nuestro país, poniendo a los mexicanos siempre antes que a cualquier extranjero, ayudando a los jóvenes que estudian y capacitando a los que trabajan, si también nos preparamos para ser mejores trabajadores México va a ser más próspero.

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