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Emilia Pérez: después del ruido, la intrascendencia

La propuesta disruptiva y el debate que generó Emilia Pérez hicieron que fuéramos a verla, y confirmamos lo que cualquiera en México ya sabía: es un despropósito absoluto. Si fuera otra mala película, de las de miles que existen, no hubiéramos gastado más de las dos horas que consume verla, pero lo sorprendente es que ha sido ganadora de varias distinciones por todo el mundo y es la más nominada a los premios Óscar de este año, con toda la difusión mediática que eso implica. Más allá de las críticas sobre la representación de nuestro país y su cultura, de las cuales se ha hablado en otros espacios, aquí nos enfocamos en señalar algunas inconsistencias de la historia y la ausencia de una intención de tratar con seriedad, profundidad o, al menos, cuidado, los mismos temas que la película propone, como la violencia y la desaparición de personas.

Emilia Pérez está construida básicamente en tres momentos. En el primero se expone la premisa que sostiene toda la historia: el líder de un cártel, Manitas del Monte, contrata a una abogada, Rita Mora, para que le ayude con las gestiones (médicas, financieras y legales) relacionadas con su transición sexual, el fingimiento de su muerte y su nueva identidad. De entrada, en este disímil planteamiento se desaprovecha la oportunidad de explorar cómo fue la experiencia de Manitas como persona transgénero mientras se posicionaba como líder de un cártel y todos los cuestionamientos identitarios que eso puede suscitar. Además, Emilia no solo es transexual; también es transracial. El transracialismo no está posicionado en la agenda pública ni ha sido tan estudiado como la transexualidad, pero aun así sorprende que en la película el evidente blanqueamiento de Emilia no merece medio pensamiento, ni siquiera de Rita, quien se considera a sí misma ‘prieta’ y es consciente de las desventajas sociales que eso conlleva.

El segundo momento ocurre cuatro años después, cuando Emilia decide regresar a México porque extraña a sus hijos. Entre ella y Rita inventan una historia y convencen a Jessi, la ‘viuda’ de Manitas que hasta ese momento estaba escondida en Suiza, de vivir con los niños en la casa de la ‘prima Emilia’ en Lomas de Chapultepec. Jessi, por supuesto, jamás se cuestiona la historia. Luego, mientras Emilia almuerza con Rita en un mercado, confiesa que sí se arrepiente de muchas cosas —así nada más—, después de que una señora pasara buscando a su hijo Octavio. De esta forma, ambas fundan la organización «La Lucecita», dedicada a ayudar a las familias a encontrar a sus seres queridos ausentes.

Esta es otra oportunidad desperdiciada de explorar la complejidad de las relaciones entre víctimas y perpetradores, cuyas particularidades en los casos de desaparición están marcadas por el dolor, la furia, la culpa, el arrepentimiento, el perdón y la esperanza. Además, como se ha mencionado en otras reflexiones, la forma en la que se aborda el tema y la ausencia de un intento serio para explorar las implicaciones que la misma trama plantea representan una burla. Durante la película, el foco en ningún momento está en las víctimas y sus familias; éstas son accesorias. Más bien se observa a Emilia y a Rita dando entrevistas en medios de comunicación, despachando en sus oficinas y siendo anfitrionas de una gala benéfica.

De hecho, además del caso de Octavio, solo se aborda en la película otro con más profundidad, y la persona desaparecida es mostrada como un criminal (golpeador y violador). Esto lo sabemos por la esposa, quien en realidad no quiere encontrarlo; se alivia cuando se entera de que está muerto, y termina siendo algo así como la novia de Emilia. Es tremendo que el caso de desaparición ‘más significativo’ de la película perpetúe un estigma tan doloroso y problemático como éste sin ningún cuidado; uno que además conocen demasiado bien las familias de las personas desaparecidas. El colmo es la escena final (una disculpa por el salto temporal), que muestra una procesión de mujeres, llorando la muerte de Emilia detrás de su figurilla, como si de una beata se tratara.

En el desenlace, todo escala sin lógica alguna y pierde sentido. Jessi, que hasta ese momento todavía se cree viuda y no reconoce en Emilia al padre de sus hijos, pese a que ambas llevan casi un año viviendo juntas en la Ciudad de México, se (re)enamora de un maleante que años atrás había sido su amante y decide que va a vivir con él y sus hijos en una mansión en Polanco. Cuando le comunica su decisión a Emilia, ésta hace un par de preguntas y su evidente frustración súbitamente se convierte en violencia: la avienta a la cama; la ahorca, y le señala que también son sus hijos. Jessi está desconcertada, pero extrañamente no comprende que Emilia es más que una prima que ha perdido la razón.

En la siguiente escena, Emilia y las colaboradoras del hogar (son varias) caminan por el pasillo de la casa, entran a la habitación de los niños, y se dan cuenta que no hay nadie y todo está vacío (¡!). Con el fin de presionar a Jessi para que regrese, Emilia bloquea sus tarjetas y le quita el acceso a las cuentas bancarias, que seguía controlando por medio de Rita. En represalia, Jessi y su amante secuestran a Emilia; le exigen a Rita el dinero que Manitas dejó, y mandan a la oficina tres dedos (¡!). Rita decide organizar un comando armado (¡cuando ella nunca tuvo nada que ver con eso!) y tomar por sorpresa a los secuestradores en el momento de pagar el rescate. Hay un enfrentamiento y muchos balazos. En medio del caos, Emilia le confiesa a Jessi que antes era Manitas y, dos minutos después, acaban desbarrancadas en un intento de escape.

Es demasiado. Además, cada exclamación (¡!) es un sinsentido en sí mismo que por falta de espacio ya no es posible explicar —y hay varios más—. Sin embargo, independientemente de las inconsistencias específicas, Emilia Pérez salta de una imposibilidad a otra, sin abordar realmente los temas que la misma película plantea (la transexualidad y la identidad; el narcotráfico y la violencia; la desaparición de personas). El foco de la película no termina de estar en ninguna parte (ni siquiera en la relación de Emilia con Jessi o con sus hijos), y la trama está hilada con descuido. Ninguno de los acontecimientos se desarrolla lo suficiente, ni se muestran los antecedentes que permiten entender las motivaciones de las protagonistas y sus personalidades. Es puro sensacionalismo, aderezado con bailes y canciones, y salpicado de cuanto estereotipo sobre lo mexicano se les ocurrió.

Es desconcertante saber que esta película, construida desde una visión tan ignorante de nuestro país y de los temas que plantea, ha tenido tanto éxito en el extranjero y ha sido aclamada por la crítica internacional, al grado de estar nominada a trece premios Óscar. Por mientras, el rechazo en México es prácticamente absoluto y la protagonista se enfrenta a una dura cancelación por antiguos comentarios islamofóbicos en redes sociales, en un Hollywood que promete ser una de las resistencias woke en Estados Unidos. No sería la primera vez que la película más nominada del año no gane ningún premio. Ojalá así sea. Más que una película disruptiva, Emilia Pérez es escandalosa, tanto por su trama como por las polémicas a su alrededor. Cuando el ruido se termine, lo único que le quedará será la intrascendencia.

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