En nuestro contexto, resulta fundamental asumir que cada una de nuestras decisiones, y por ende, de nuestros actos, conlleva consecuencias de las que somos absolutamente responsables. Hacer lo correcto tiene, además de consecuencias, recompensas. Toda acción, por pequeña o insignificante que se perciba, cuando está encaminada hacia lograr hacer lo correcto, se transforma en relevante. Domingo Ladula aportó que “no se puede hablar ni practicar valores, sino ser parte del que para mí es el más importante, sin desmeritar a ninguno otro, y es el de hacer siempre lo correcto”. Para muchos seres humanos y por múltiples razones, lograr hacer lo correcto ha sido motivo de mucha reflexión, y se ha demostrado que esto constituye la base fundamental para conseguir algo muy preciado: la paz; sin duda, para lograrlo, se necesita el soporte de muchos otros valores que complementan nuestra intención.
Tanto quienes ostentan un espacio de poder, de toma de decisiones, como cada ciudadano/a en su entorno, debe entender que las decisiones fáciles, aquellas que tomamos para “quitarnos problemas” o para “no complicarnos”, nos conducirán (muchas veces en corto tiempo) a problemáticas mayores: está demostrado que, si la decisión es difícil, es porque será la correcta. El temor a lo incierto, la ambición personal, los sentimientos encontrados o las convenciones sociales, entre otros factores, dificultan la toma de decisiones difíciles. Por tanto, es necesario definir en qué consiste hacer lo correcto, y según Ángel María Zamanillo, autor de El valor de hacer lo correcto, se trata de lo siguiente: “Personalmente, sé que actúo correctamente cuando lo que siento, lo que pienso, lo que digo y lo que hago están en consonancia”. Por tanto, la coherencia a la hora de actuar es la clave para saber hacer lo correcto, y en el caso de quienes tienen a su cargo un liderazgo, es necesario que dicho comportamiento debe extenderse desde y a toda la actividad del líder, tanto si la misma trasciende, como si no. Henry Ford afirmó, al respecto, que “calidad significa hacer lo correcto cuando nadie está mirando”. Por ello, las y los especialistas han llegado a la conclusión de que la habilidad para resolver problemas eficazmente es una de las características que distinguen a los líderes extraordinarios, que no se limitan al ‘Do things right’ (Hacer las cosas correctamente), sino que miran más allá y buscan el ‘Do the right things’ (Hacer lo correcto). Steve Chandler y Scott Richardson en 100 maneras de motivar a los demás afirmó que: “Si no hacemos lo correcto, nos será imposible motivar a otros”. Y esto es precisamente lo que requerimos como ciudadanos/as, como sociedad: líderes y lideresas convencidos/as de hacer lo correcto, por convicción, por ética… como forma de vida.
Pero también está demostrado que en nuestra sociedad, tan es necesario aprender a hacer lo correcto, como respetar y reconocer a quienes lo hacen; con respecto a ello, debemos entender que se trata de dedicar el tiempo justo, en virtud de que darle vueltas a un mismo asunto durante días o semanas, no significa que vayamos a tomar una mejor decisión: cada problema debe ser analizado durante el tiempo estrictamente necesario. También resulta imperativo dejar de tomar decisiones egocentristas o respondiendo únicamente a intereses particulares, y en contraparte, dar prioridad a nuestra paz, sobre sentimientos de injusticia u orgullo, siguiendo inclusive —de requerirse— la voz de nuestra intuición, que está basada en un conocimiento inconsciente alimentado a partir de experiencias pasadas. Debemos además, ser creativos/as y valientes, puesto que es posible que tengamos que luchar contra los cánones establecidos, evitando a toda costa prejuicios y pensamientos negativos, pues en gran medida pueden situarnos en un punto de partida erróneo para tomar una decisión, y sin duda, es imperativo aprender a tomarnos un respiro, evitando a toda costa ser sometidos/as a todo aquello que nos impida descansar la mente y bloquee, por ende, esas ideas brillantes que surgen —curiosamente— cuando no estamos presionados/as.
Romper con tanta inercia a nuestro alrededor no es fácil y obliga, primero, a tomar conciencia. A partir de ahí es necesaria mucha energía para que lo correcto vaya ganando terreno, pues muchas veces implica luchar contra corriente. Es muy complicado, tanto a nivel individual como colectivo, pero se puede aprender. De la misma manera que hemos aprendido a hacerlo bien, podemos aprender también a hacer lo correcto. Podemos empezar por cambiar nuestra definición de perfecto y, a partir de ahora, pensar en que incluya también conceptos como respeto, justicia, tolerancia, amistad y amor, entre muchos otros.
Por todo lo anterior, quien hable de democracia, de respeto, de inclusión, deberá vivir “haciendo lo correcto”, y debemos comprometernos con ello, pues ningún gobierno será capaz de lograr avances si no cuenta con una sociedad integrada por ciudadanos/as “haciendo lo correcto”, y en contraparte, con una sociedad que se compromete con “hacer lo correcto”, todo gobierno tendrá —además de un referente, una directriz, un sustento y hasta un constante evaluador— mucho mayores posibilidades de progresar.