En 2025, el gobierno de EE. UU. invirtió 8.9 mil millones de dólares en Intel, asegurando un 10% de sus acciones.[1] ¿Qué pasa con el dogma del libre mercado cuando el predicador global se convierte en el principal accionista de Intel? La potencia que durante décadas impuso al mundo el evangelio del laissez-faire, que desmanteló industrias enteras en nombre de la competencia perfecta, hoy se ve obligada a intervenir directamente en sus empresas estratégicas, a comprar acciones, reservar vetos y sentarse en los Consejos de Administración como cualquier Estado intervencionista, porque su hegemonía tecnológica e industrial está siendo desafiada por China.
El ascenso chino no es un accidente, sino el resultado de un modelo que ellos mismos llaman “socialismo con características chinas”[2]: un sistema que combina disciplina estatal con iniciativa privada, que permite que el capital privado fluya mediante Fondos Públicos, pero siempre bajo el timón del Estado. El Partido Comunista de China no solo controla directamente las industrias energéticas, financieras y de comunicaciones, también extiende su presencia al sector privado mediante Acciones de Gestión Especial, Comités del Partido y Fondos Soberanos, como ocurre con BYD y Huawei. Así asegura que el 70% de su economía responda, en última instancia, al proyecto nacional. El “milagro chino” no fue obra del libre mercado, sino de un socialismo pragmático, planificado, flexible y de un Pueblo disciplinado con conciencia histórica.
Hablando de romper paradigmas, México también tiene algo que decir. Durante décadas nos repitieron que subir el salario mínimo era inflacionario, que pagar mejor a los trabajadores destruiría la economía. Llegó AMLO a la Presidencia y multiplicó los salarios, elevó a 13.4 millones de personas de la pobreza y a 1.7 millones de la pobreza extrema, y el riesgo inflacionario resultó ser una farsa. Este “milagro mexicano” no fue obra de los tecnócratas de Harvard, sino del Humanismo Mexicano.[3]
Europa, por su parte, nunca renunció a esa tradición de intervención. Airbus, Alstom, EDF: son corporaciones sostenidas por capital público, con gobiernos que se reservan derechos de veto en sectores estratégicos. Europa aprendió de su propia historia que es imposible competir en contra de las superpotencias sin defender la soberanía industrial. Pero lo más revelador es que ese continente que se nos presumía como ejemplo de “liberalismo eficiente” fue, en realidad, subsidiado por el Plan Marshall, financiado con extracciones coloniales y sostenido con la mano de obra barata de sus migrantes.[4] El bienestar europeo se cimentó sobre siglos de saqueo y sometimiento.
El Consenso de Washington quería convencernos de que el Estado era un estorbo, que salarios justos eran el problema y que Europa era la cumbre del progreso y, por ende, nuestra máxima aspiración. Pero la realidad los contradice: China demuestra que la planificación estatal vence al mercado; México prueba que mejores salarios crean prosperidad, no inflación; Europa confiesa que nunca pudo solventar por sí misma su Estado de Bienestar;[5] Estados Unidos, acorralado, asume el papel que tanto criticó: un Estado intervencionista. Estos últimos, en un giro digno de tragicomedia, queman sin pudor el catecismo de la democracia liberal que predicaron por el mundo.
Hoy, Washington es el mayor accionista individual de Intel, el ícono de la industria de los semiconductores. Reclama un poder de veto sobre U.S. Steel, símbolo de su gloria industrial, y se sienta en los Consejos de Administración de las grandes corporaciones porque entiende que, sin soberanía industrial, no hay hegemonía posible. Ironías de la historia: los mismos que llamaban a esto “autoritarismo económico” ahora lo rebautizan con orgullo como “seguridad nacional”.
Y mientras unos se arrastran entre contradicciones y mitos derrumbados, otros demuestran en la práctica que la prosperidad solo se construye con Pueblo, con Estado y en soberanía. Lo demás es propaganda. En este nuevo orden, México escribe su historia construyendo un país más próspero y justo, con la fuerza de su memoria y la dignidad del Pueblo.
Estamos ante un parteaguas histórico. El éxito del modelo chino obliga a que las potencias rivales rompan con sus principios ideológicos para poder competir. El dogma del libre mercado está siendo enterrado por la realidad de la geopolítica. El mercado dejó de ser el árbitro supremo; el Estado ha regresado como accionista y estratega. Y en ese regreso se reconoce la verdad que Occidente siempre trató de ocultar: que los imperios no se sostienen sin industria nacional, no existen potencias sin soberanía económica y la libre empresa no prospera sin ser custodiada por el poder del Estado.
Francis Fukuyama argumenta en El fin de la historia y el último hombre que con la caída del comunismo la historia ideológica habría llegado a su fin, estableciendo la democracia liberal como la forma política final de la humanidad, al mismo tiempo que EE. UU. lanzaba la Primera Guerra en el Golfo Pérsico. Irónicamente hoy asedian a Venezuela, el país con las reservas petroleras más grandes del mundo.
[1] Estados Unidos adquiere una participación del 10% en Intel como parte del gran impulso tecnológico de Trump
[2] China publica una serie de libros ilustrando el socialismo con características chinas
[3] Millones de mexicanos salieron de la pobreza en el gobierno de AMLO: INEGI- Grupo Milenio
[4] Boris Johnson dice que le debe la vida a dos enfermeros: una neozelandesa y un portugués
[5] German welfare state ‘can no longer be financed’ — Merz – DW – 08/23/2025