Evo Morales ya tiene su lugar en la historia. Se lo ganó a pulso. Su presidencia deja huella en el pueblo boliviano, uno que hace 13 años era de los más empobrecidos, hoy es reconocido por organismos como el Banco Interamericano para el Desarrollo, como uno de los más dinámicos de este continente. Y para que el BID, alineado a políticas globalizadoras lo reconozca, es porque es innegable e incuestionable.
La pobreza alcanzaba a un 63% de personas y hoy, sigue lastimando a un 35%. Sin embargo no es cosa menor, para quien sea, poder decir que en ese tiempo se redujo a la mitad y, vaya, para un país con las características e historia de Bolivia, despojado por todos, empezando por los ricos de dentro y continuando con los de fuera, es una hazaña. Esto es lo que al de Orinoca lo pone en los libros, no solo haber sido el primer presidente indígena de su país.
No olvidemos como sus vecinos le arrancaron sus accesos al mar y cómo los afanes privatizadores produjeron una pequeña pero significativa guerra por el agua entre el pueblo y sus élites. Evo encabezó una lucha, desde 1997, encauzada a devolverle a su pueblo lo que siempre le han quitado los otros, lo que le han negado desde el siglo XVI.
Dice que su pecado es ser indígena. Sus palabras tiene mucho de cierto. Su país es profundamente racista y elitista, como todos aquellos que han sido víctimas del colonialismo. México incluido. A ojos de los que siempre lo han controlado, no importa cuáles sean sus logros. Su color de piel, como sea, lo mantendrá condenado.
El ejemplo más claro lo dio la derecha encabezada por Luis Fernando Camacho. Apodado “El Macho”, aprovechó la renuncia de Evo para mediatizarse de la peor manera. Con su performance de irrumpir en el Palacio Quemado para entregar una carta a un Presidente que ya no estaba e imponer la biblia sobre el lábaro patrio, además de las humillaciones a los partidarios de la izquierda y el justicialismo boliviano, solo confirma y da razón a las palabras de Evo.
Sin embargo, Camacho no es el golpista. Es el rostro que sintetiza lo que las élites nacionales e internacionales buscan recuperar en Bolivia. Éste es a Evo lo que Guaidó a Maduro: un trepador que en su persona reúne las ansias de recuperar para el capitalismo lo devuelto al pueblo. Nada más y nada menos que la soberanía energética y la dignidad.
No, Camacho no es el golpista. Tampoco el ejército. Es todo lo que él representa además del enemigo histórico de la América Latina: Estados Unidos. Hoy, mientras tecleaba estas líneas, Donald Trump respaldó el golpe a Evo y amenazó a Venezuela y a Brasil. A este último porque recuperó a Lula.
*Tijuanense liminar. Historiador metido a la antropología. Comentarista y analista del ethos social.
Josué Beltrán Cortez. Tijuanense liminar. Historiador metido a la antropología. Comentarista y analista del ethos social.
@BeltranCortez
Otros textos del autor:
-Como vemos la violencia (y de otras formas de ser violentados)