El 1° de diciembre de 1988 en la capital del país se vivió una de las jornadas más tensas y agitadas de la vida pública de México. En el Zócalo hubo escaramuzas entre amas de casa, estudiantes, jubilados y chavos banda contra la policía militar. Los soldados uniformados o de civil contenían con toletes y escudos a la gente, que impotente gritaba y coreaba: “¡Repudio total al fraude electoral!”. Eran ciudadanos espontáneos venidos de las colonias de la capital, los pretendían acallar a palos en una esquina de la plancha y surgían nuevos contingentes en otros puntos: en la entrada de 20 de noviembre, en Pino Suárez, o Madero. Miles de agentes del Estado Mayor Presidencial vestidos de traje y casquete corto repelían los brotes de inconformidad. El Pueblo quería ingresar a Palacio Nacional a evitar la consumación del fraude.
El hartazgo social con el régimen priista —caracterizado por devaluaciones, inflación, crisis social, sometimiento de la economía al pago de la deuda externa, autoritarismo y represión—, aunado al fraude electoral cometido a todas luces contra Cuauhtémoc Cárdenas, desembocó en movilizaciones populares alrededor de la toma de posesión de Carlos Salinas de Gortari, a quien se le conoció desde ese momento como “el usurpador”.
Al interior del Palacio de San Lázaro, decenas de legisladores abandonaron entre gritos e interpelaciones la sesión dónde la plancha priista habría de poner la banda presidencial a Carlos Salinas de Gortari. Los diputados y senadores afines a la línea del movimiento cardenista (otros comenzaron a ser cooptados) desacralizaron el presidencialismo y sus rituales, irrumpieron llevando la voz del Pueblo: “¿Qué dice ahí? ¡La Patria es primero!” coreaban; mientras desde la máxima tribuna volaban las boletas que tachadas por Cárdenas habían aparecido quemadas en basureros.
Ya con Salinas en la presidencia, las fuerzas que se mantuvieron en el movimiento fueron convocadas a fundar el PRD en una asamblea el 5 de mayo de 1989 en el Zócalo. Ese día, entre otras “lúgubres coincidencias” que caracterizaron al salinismo, se “quemaron” los sótanos del Palacio Legislativo de San Lázaro donde se encontraban las actas de la elección presidencial de 1988; con ello la nota fue el incendio de la Cámara y poco se dijo de la desaparición física de las evidencias del fraude.
Desde el primer minuto como presidente espurio de México, Carlos Salinas emprendió la contra ofensiva contra lo que representaba Cuauhtémoc Cárdenas y el movimiento democrático del que Andrés Manuel López Obrador surgía como referente del sureste. Salinas había sido como secretario de Programación y Presupuesto de Miguel de la Madrid: el arquitecto del neoliberalismo en México, ahora como presidente sería su gran ejecutor.
Las políticas neoliberales se consolidaron con Salinas, quien adoptó las medidas del “Consenso de Washington de 1989” —recomendaciones de política económica formuladas por el economista inglés John Williamson e implementadas por elFondo Monetario Internacional (FMI), por el Banco Mundial y por el Tesoro de Estados Unidos— y que implicaban además de privatizar los recursos naturales de la Nación y las industrias estatales, liberar la inversión extranjera directa y el comercio.
El fetiche que debían de lograr los países en vías de desarrollo, para supuestamente trascender las recurrentes crisis económicas, era priorizar la acumulación de riqueza en aras del indicador del crecimiento económico. Así, el “crecimiento económico” ha sido el argumento base del neoliberalismo y su cimiento ideológico. Para tales fines, el salinismo efectuó reformas a la Constitución de 1917, a los artículos 3°, 5°, 27°, 31°, 82° y 130°. Los principios básicos de la doctrina neoliberal aplicados en México hicieron necesario adecuar el marco jurídico: se desmanteló la educación, el ejido, y la seguridad social.
El proceso de privatizaciones en México tuvo cuatro etapas: en la inicial, de 1984 a 1988, se realizó la privatización de varias empresas de diversa índole y actividad; en la segunda, de 1988 a 1999, se realizó la privatización a fondo de varios sectores, como los de siderurgia, banca y teléfonos; en la tercera, de 1995 a 2000, se profundizó aún más el proceso y se realizaron cambios constitucionales para vender los ferrocarriles y la comunicación vía satélite (Sacristán Roy), y en la cuarta etapa —entre 2000 y 2012— lograron privatizar la industria energética.
Pasaron a manos privadas nacionales o extranjeras, entre otras: bancos, industria azucarera, industria siderúrgica, fertilizantes, teléfonos, ferrocarriles, aeropuertos, líneas aéreas, petroquímica, petróleo, electricidad, grandes extensiones de tierras ejidales, playas.
Andrés Manuel López Obrador ha dicho sobre el sexenio de Carlos Salinas de Gortari: “En ese tiempo fue cuando más se acumuló riqueza en pocas manos y la economía creció a una tasa promedio anual de 4 por ciento, como en ningún gobierno de 1983 a la fecha. Recuerdo que, en julio de 1988, éramos el lugar 26 entre los países del mundo con más multimillonarios, en 1994 México escaló el cuarto sitio, solo por debajo de Estados Unidos, Japón y Alemania”.
Desde 1989 Salinas tomó el control del PAN a través de Luis H. Álvarez, Carlos Castillo Peraza, Diego Fernández de Cevallos y Felipe Calderón para articular con los restos del PRI un nuevo bloque hegemónico que gobernaría México durante los siguientes cinco sexenios con el neoliberalismo como dogma; la conjunción del poder político y el poder económico, el auge del narco, y el desmantelamiento de los logros de la Revolución Mexicana. Para lograr el control del PAN, “otra coincidencia” fue la muerte en un supuesto accidente automovilístico de Manuel Clouthier el 1°de octubre de 1989, el excandidato presidencial había promovido la resistencia pacífica contra el fraude salinista, quien era un partidario de mantener al PAN como el opositor del régimen, situación que cambió diametralmente con su muerte.
El 10 de enero de 1989, daría un golpe al interior del PRI en el llamado “quinazo”, con el encarcelamiento al líder caciquil del sindicato petrolero Joaquín Hernández Galicia “La Quina”, en un mensaje a la clase política clientelar y corporativa, hacia la “legitimación” en los hechos que sería la estrategia salinista.
Andrés Manuel López Obrador nunca reconoció a Carlos Salinas como presidente, contra viento y marea se dedicó a ras de tierra a construir el movimiento democrático en Tabasco y organizar la estructura partidista desde abajo, comunidad por comunidad, y dio camino a un largo peregrinaje por el estado retomando las causas y necesidades de la gente. Dice AMLO: “De aquel tiempo datan las diferencias con Carlos Salinas. Siempre que fue a Tabasco protestamos por su presencia. Nunca lo reconocimos como presidente y, cuando estaba en la cima de su popularidad y muchos le quemaban incienso o se dejaron engañar, nosotros sostuvimos con insistencia que era perverso y farsante, que llevaría al país a la ruina”. (López Obrador, 2009).
Después de seis años de gobernar entregando a manos extranjeras e intereses privados el país y dando dadivas a la gente a través del PRONASOL, política asistencialista y clientelar que se implementó para mantener una base social priista; el salinismo acabó tan mal como empezó, con los asesinatos no esclarecidos de Luis Donaldo Colosio y Francisco Ruiz Massieu, y el levantamiento indígena y armado del EZLN en Chiapas que desnudó los alcances del TLC con EUA y Canadá.
Como ninguna derrota para el movimiento es definitiva, tras el salinismo —que significó entregar la riqueza nacional a unos cuantos—, y el asesinato de cientos de opositores, décadas más tarde, en 2018 nuestro Pueblo logró poner fin a la larga noche neoliberal; en unos días la Consulta Constitucional del 1° de agosto nos permitirá lograr el otro gran anhelo de nuestra generación: que Carlos Salinas sea enjuiciado; pues aunque la historia ya lo juzgó como un presidente espurio y traidor a la Patria, falta verlo responder a la justicia.