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¿Mea Culpa?

Por: Hernán Garza

Un artículo publicado en la revista The New Yorker habla de un grupo de apoyo especializado en rehabilitar criminales de “cuello blanco” con terapias dirigidas a empleados, similares a las de excombatientes con trastorno de estrés postraumático. De la misma manera que los soldados buscaron prosperar económicamente y ganarse un lugar en la sociedad, estas personas acabaron doblegando sus principios, rompiendo la ley, enfrentando procesos judiciales y hasta pasaron un tiempo en la cárcel.

El artículo habla de un número creciente de personas que buscan estos apoyos para recuperar su salud mental y reinsertarse en la sociedad. No es coincidencia que ambas instituciones, la milicia y las empresas, sean organizaciones jerárquicas y con gran fuerza de coerción hacia sus miembros. Los empleados, al igual que los soldados, solo pueden ejecutar órdenes. Los generales obedecen el  Código Militar que les impone una lealtad a su país, al igual que los ejecutivos de empresa se someten a una responsabilidad fiduciaria que les obliga a defender los intereses de los accionistas, con el enorme riesgo de tener que responder con su patrimonio y su persona en caso de faltar al mismo.

Hoy, son cada vez más populares los documentales que revelan abusos de corporaciones evidenciándolas como instituciones con prácticas corruptas para la extracción de riqueza a costa del medio ambiente, la salud de los consumidores, la explotación de sus trabajadores y la defraudación fiscal, entre otras monerías, del mismo modo que los reportajes fotográficos y las noticias de la guerra de Vietnam hicieron ver a los E.E.U.U. como el país invasor y a sus soldados como asesinos despiadados.

La mayor difusión del modus operandi de estas empresas también revela a sus empleados como ciudadanos modelo, aunque para obtener o conservar su trabajo actúan en contra de sus valores, principios y sentimientos. Además, nos muestra a sus ejemplares ejecutivos como criminales de cuello blanco y a sus filantrópicos dueños como depredadores de las mismas personas marginadas a las que con empatía y compasión ayudan desde sus fundaciones.

En México no tenemos referencias de terapias de grupos similares, pero hay un creciente rechazo social hacia profesiones, industrias y prácticas de negocio rapaces antes consideradas respetables o de prestigio, como los pulcros repartidores de pan o eficientes distribuidores de refrescos hoy evidenciados como eslabones de una cadena de traficantes de ultra procesados dirigida hacía nuestra niñez para fomentar la adicción temprana a sus productos. Pronto tendremos a una cantidad importante de personas con trastornos emocionales al enfrentar estas contradicciones.

Tenemos una oportunidad histórica de aprovechar estos vientos de cambio e idear métodos alternativos de justicia para subsanar la captura de las conciencias y reconciliarnos. ¿Cómo podríamos, sin dejar de señalar los daños causados y de nombrar a los beneficiados, ayudar a tantas personas a recuperar su lugar en la vida social, económica y política de la que una vez fueron protagonistas?

Ante un fenómeno que penetró todos los ámbitos de la vida social, no es descabellado pedir a quienes busquen pertenecer nuevamente a esta sociedad a la que violentaron que declaren su mea culpa haciendo público su propósito de enmienda.

Nada perdemos con intentar una justicia transicional en la que los vínculos sociales y las relaciones interpersonales no acaben siendo víctimas de los intereses comerciales y empresariales que sometieron a quienes hoy queremos enjuiciar, bajo las mismas leyes y jueces que propiciaron la crisis civilizatoria que hoy enfrentamos. Y de lograrlo, solo tendremos chivos expiatorios que no son más culpables que víctimas.


@hernangarzav
Nací zurdo, pero aprendí a la fuerza a escribir con la derecha. Fui el primer titular del Registro Nacional de Víctimas de la CEAV.

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