Felipe Ángeles, el estratega, del historiador Adolfo Gilly, es uno de los libros más recomendables para las nuevas generaciones que han decidido contribuir a la Transformación de México desde una óptica renovada. La obra explica en gran medida porque Andrés Manuel López Obrador reivindicó al general hidalguense como uno de los precursores históricos del proceso de cambio social que hoy tenemos la fortuna de vivir.
El monumento a Felipe Ángeles cabalgando al porvenir, erigido en el acceso principal del aeropuerto internacional que lleva su nombre, no es un símbolo petrificado, representa la semblanza y el semblante de un hombre utopista y visionario que logró transitar del caduco régimen porfirista al emergente mundo revolucionario; y abrevar de la formación militar del más alto nivel en la academia a protagonizar las jornadas victoriosas del ala más radical y popular de la lucha revolucionaria: la División del Norte.
Adolfo Gilly retrata la historia personal de Felipe Ángeles en el marco de las etapas que marcaron la revolución mexicana, en cada etapa hay un distintivo de Ángeles, que estuvo -prácticamente siempre-, en el lugar, momento preciso y correcto de la historia; de esa deriva, ubicamos en la narrativa historiográfica el papel que tuvo el general en consonancia con un auténtico sentido de amor al pueblo, que fue el hilo conductor de sus días y obras en los campos de batalla.
Quien mejor que un historiador acucioso, ideólogo, militante de las causas del pueblo, referente de la izquierda en América Latina y precursor también de las transformaciones del México reciente que Adolfo Gilly para documentar la vida del estratega revolucionario Felipe Ángeles. Gilly en carne propia también padeció la cárcel por sus ideales, al ser recluido en el Palacio Negro de Lecumberri de 1966 a 1972, desde dónde escribió otra de sus celebres obras: La revolución interrumpida.
Quizá poque Gilly decía que “uno se encamina a la rebelión por sentimientos, no por pensamientos”, es que en el proemio del libro recupera una notable, literaria y sugerente cita de Nellie Campobello en su texto Cartucho sobre un Felipe Ángeles que se expresa a la hora de su muerte desde un plano más allá de lo terrenal:
“Ya lo habían fusilado. Fui con mamá a verlo, no estaba dentro de la caja, tenía un traje negro y unos algodones en las orejas, los ojos bien cerrados, la cara como cansada de haber estado hablando los días que duró el consejo de guerra -creo que fueron tres días-. Pepita Chacón estuvo platicando con mamá, no le perdí palabra. Estuvo a verlo la noche anterior, estaba comiendo pollo, le dio mucho gusto cuando la vio: se conocían de años. Cuando vio el traje negro dejado en una silla, preguntó: “Quién mando esto?” Alguien le dijo: “La familia Revilla”, “Para que se molestan, ellos están muy mal, a mí me pueden enterrar con éste”, y lo decía lentamente, tomando su café. Que cuando se despidieron le dijo: “Oiga, Pepita, ¿y aquella señora que usted me presentó un día en su casa?” 2Se murió general, está en el cielo, allá me lo saluda”. Pepita aseguró a mamá que Ángeles, con una sonrisa caballerosa, contestó: “Sí, la saludaré con mucho gusto”.
De las fuentes literarias, pero sobre todo de la labor heurística y hermenéutica, el autor desentraña al mítico general y lo refiere como un personaje más bien analítico, tímido y afecto a navegar en sus propios pensamientos, y es quizá esa visión de las cosas alejada de la disonancia la que le llevó a ser un gran estratega revolucionario, pero especialmente un hombre coherente y anclado a sus principios como pocos.
Comprender la revolución mexicana de la mano de Adolfo Gilly en función de los pasos del general Ángeles es un camino que invitamos a recorrer de la mano de este libro. Han existido mujeres y hombres que, si bien, se formaron, educaron o emergieron desde un régimen que en su momento consideraron justo, fueron éstas mismas mujeres y hombres libres quienes nos han ilustrado de grandes lecciones, cuando desde el umbral de sus experiencias y frustraciones, lograron reconocer que el mundo que los formó ya no era justo, que sus sueños eran más grandes que el conformismo, y entonces cabalgaron y aprendieron a derrocar aquello que quizá de buen corazón habían contribuido a crear. Porque la realidad no existe más que para transformarla y las fatalidades para trascenderlas.