En 2015 conocí las historias de mujeres wayuu, una comunidad indígena de la Guajira colombiana que lucha por sus tierras y sus ríos contra el saqueo norteamericano y europeo. En esa visita conocí a Adelaida Van Grieken, una indígena de 50 años que lideraba la lucha contra las mineras que pretendían construir una presa para secar el cauce natural del río y explotar la tierra debajo. Recuerdo haberle preguntado si tenía miedo de morir por la lucha, ella respondió: “No tengo miedo, porque si me muero yo, cualquiera de las mujeres de la comunidad tomaría mi lugar, aquí todas somos una”.
Una de las diferencias primordiales entre la lucha wayuu y la lucha de mujeres en la Ciudad de México es la completa separación de la comunidad, la inexistencia de lo colectivo, el abrazo individual de incomodidades superficiales como si eso tuviera el potencial de engendrar mundos nuevos.
La lucha de las mujeres en este país requiere ocuparse de la transformación, vivir en la práctica efectiva y abandonar el fetiche de las que hacen como que hacen porque, en el fondo, no les urge que nada cambie. En pocas palabras: dejar de sobrevivir en la hegemonía ajena, y cultivar nuevas hegemonías.
La hegemonía es el conjunto de ideas, creencias y doctrinas con el que una clase ejerce su dominio sobre otra. Este concepto es útil para entender el poder del patriarcado: los varones someten con fuerza física, sí; pero también con medios de comunicación y educación. Con estas herramientas han convencido a mayorías de que su superioridad es natural, incluyendo por cierto a un numeroso sector de las mujeres, y con ello cortan de tajo el potencial de nuestra revolución.
Esta hegemonía se nutre de muchos elementos por nosotras bien conocidas: la ansiedad de la aprobación masculina; el pacto patriarcal en el que viven incluso los varones más pretendidamente deconstruidos; las ideas que difuminan a la mujer como sujeta política autónoma, capaz de reivindicar para sí misma un sentido y una visión del mundo; las prácticas políticas de un Estado patriarcal voraz, que consume incluso a las mujeres que participan en él y, por supuesto, el bombardeo mediático que reduce a esa misma sujeta a objeto de consumo y a un eterno papel segundón en el devenir de la historia.
El tema es que cultivar nuevas hegemonías, nuevos sentidos del mundo, requiere de una sujeta política fuerte, amplia, colectiva; con la capacidad de transformar y no sólo cosquillear a estas superestructuras que hoy nos oprimen. En pocas palabras, cultivar nuevas hegemonías requiere de organización política.
No se vayan con la finta: no estoy planteando la creación de una nueva estructura que necesariamente acuda a elecciones. Hablo de la coordinación de esfuerzos colectivos bajo una voluntad estratégica; una organización política que tenga vocación de poder y sea capaz de convertir esta sociedad patriarcal, en la que ni siquiera somos personas (de ahí los feminicidios normalizados), en una en la que podamos ser libres; en la que podamos ser sujetas de nuestra propia historia. Lejos de seguir encerradas en embriagados egos y en paliativos mercadotécnicos, se trata de obtener los medios para enfrentarnos en pie de igualdad política real con las fuerzas que hoy nos impiden el paso.
Compañeras: llevemos la lucha a las discusiones verdaderamente relevantes para definir cuanto antes un organismo político funcional con el que podamos construir este nuevo mundo. Discutamos y definamos ideología, estructuras y procesos, participantes, estrategias y productos de esta nueva fuerza histórica, y salgamos del letargo egocéntrico que le hace el juego al patriarcado.
Sandra Barrón. Activista y feminista radical, maestra
en diseño estratégico en innovación por la Universidad Iberoamericana.
@feministsan