Uno de mis procesos favoritos de la historia de México es la Tercera Transformación. Me parece que desde pequeña me sentí así. Supongo que, en parte, es porque es el movimiento más claramente popular, también porque los simbolismos e identidades de ella emanados me parecen de lo más vigentes. Con todo y mi cariño, acompañado de cierta nostalgia por el proceso revolucionario, hace poco comencé a preguntarme ¿cuáles mujeres revolucionarias? ¿Por qué hay tan pocos nombres propios femeninos pero muchas Adelitas y otras tantas Marietas?
Un día en una de esas liquidaciones del Fondo de Cultura Económica encontré el libro «Género, poder y política en el México posrevolucionario». El precio era modesto y el contenido claramente enriquecedor, así como provocativo para una persona feminista y adoradora de la revolución nacional. Comencé a leer y me di cuenta de que el libro dedicaba unas breves palabras a hablar sobre el papel que tuvieron las mujeres en el proceso revolucionario: como soldaderas de altos y bajos rangos, como cuidadoras, como parejas, como cocineras, como enfermeras, como financiadoras y también como contrarrevolucionarias.
En mi lectura encontré dos grandes premisas sobre las mujeres revolucionarias. La primera es que sin su trabajo de cuidados la transformación hubiera sido prácticamente imposible. La segunda es que la representación de mujeres de la Revolución en el imaginario colectivo mexicano consiste en dos opciones: excepcionales figuras con ciertos rasgos «masculinos»: extremadamente diestras en combate y muy valientes, o extremadamente femeninas: pasivas, tímidas e inocentes.
Las mujeres de la revolución debieron enfrentar una doble carga de trabajo y también de expectativas de comportamiento. Ellas debían ser diestras soldaderas, al mismo tiempo que hermosas y cálidas mujeres que esperan recibir amor. También debían pelear en batalla y empuñar el metate después del rifle. Ellas debían curar heridos y cuidar enfermos, enterrar muertos y conseguir alimentos.
La historia que nos han contado siempre ha hablado de las Adelitas: las todas y las nadie. Pero la revolución también la hicieron las mujeres que cuidaban. Que no se nos olvide: sin sus hazañas y sin sus cuidados la Tercera Transformación no hubiera sido posible.